Líneas torcidas…
Cuando echo la vista atrás y repaso las líneas que escribí en las páginas de mi vida, rara vez leo alguna torcida. Muchas de ellas lo parecieron en su momento, pero si les doy el tiempo suficiente, acaban enderezándose como si construyeran poco a poco un camino desde lo que fui una vez hasta lo que soy ahora.
Es un camino que no se detiene, que no termina y que sigue abriéndose poco a poco por delante de mis pies que con pasos lentos, y aún a veces equivocados, me lleva inexorablemente a lo que seré.
En las épocas tranquilas y estables de mi vida me resulta fácil encontrar cualquier rincón en el camino desde el que contemplar todo lo recorrido hasta entonces. No todos los momentos que revivo sentado en mi tranquilo y privado rincón del alma son felices, pero curiosamente, sí lo son la mayoría de los que recuerdo. Es habilidad innata del ser humano ir escondiendo por los resquicios del olvido, aquello que tuerce líneas momentáneamente, y sobresalta los sueños durante noches. Aquellos que no lo consiguen, difícilmente pueden sentarse a contemplar en paz su vida mientras se la repiten en la pantalla de la memoria, más bien al contrario, posiblemente, acaben caminando por los terribles acantilados que separan la cordura de la más cruel de las locuras, la que atormenta el alma y nos consume en vida.
Tengo la suerte de poder llenar de sonrisas cada uno de los pasos de mi vida, para que así al recordarlos, me sea más fácil retomar el camino, ese que no se detiene.
Y así viví siempre, aunque a veces lo olvidase, recorriendo caminos y pasando etapas, deteniéndome cada poco para ver cómo iba construyendo las historias que algún día contaré a mis hijos y a mis nietos. Ellos serán en parte lo que yo sea de aquí a entonces, y también lo que no fui.
Y al pararme cada vez, no puedo evitar mirando atrás, rescatar a las personas que acompañaron mis pasos, los acertados, y siempre por encima de todas las cosas, también los torpes. Les recuerdo con una sonrisa, y a veces algunas personas no entendieron como hablaba con tanta pasión de todas las historias que recordaba al detenerme. Soy yo, precisamente, por todas y cada una de aquellas historias, las personales, las propias, los viajes, los llantos, las sonrisas, los éxitos y todos y cada uno de mis fracasos, las planeadas y sobre todo las inesperadas.
Estoy en una época tranquila, estable y sentado en una especie de atalaya desde la que veo la vida pasar bajo mis pies, esperando el momento a saltar sobre ella y seguir dando pasos uno tras otro, sin descanso, lleno de sonrisas, sin un solo lamento y con todas las ganas de vivir. Es parecida a aquella sensación de adolescencia en la que parecía que debías comerte el mundo, aunque más tarde sintieras que el mundo te había comido a ti, te había sobrepasado y pasado por encima como una locomotora que no puede frenar y te arranca a jirones cada una de las ganas que vas perdiendo con el tiempo.
Y antes de que decida saltar de nuevo sobre la vida y sus caminos de curvas sinuosas, de líneas retorcidas que con el tiempo se enderezan por sí solas, me gusta pensar en lo que soy. Nunca tuve la conciencia intranquila, aunque supongo, que algunas de las personas que ya no están y dejé atrás en mi camino, tendrán razones para opinar lo contrario. No les culpo, no soy perfecto. Soy un vividor, un creador de historias, que aderezo de adjetivos y adornos las cosas más triviales para hacer que cada día merezca la pena. Alguien que sueña despierto de forma continua, y que a veces, se adormece y se despista haciéndolo. Soy una sonrisa eterna, a la que tan solo angustia la incapacidad para hacer reír a quien quiero si percibo que lo necesita. Soy una balanza, en la que todo debe estar en equilibrio, en la que pesan siempre más las cosas buenas, pero que no olvida cada uno de los errores cometidos que afecten a los que me importan. Los tengo, los tuve y los tendré. Los cometo, nunca a conciencia, pero sin evitarlos jamás si están rodeados de cuentos e historias. Mi vida es lo único que me quedará, cuando dentro de dos siglos, nadie recuerde quien fui, quien soy, ni quien seré, cuando no queden restos de mi sangre capaces de recordar mi sonrisa ni mis ganas de vivir. Soy claro y transparente, tanto, que a veces me excedo en la sinceridad, tanto, que a veces daño no solo con los gestos, sino con mi incapacidad para esconder aquello que me angustia, por mucho que no evitase que sucediera. Soy un canalla, un canalla de tiempos de justas y señoríos, que no se esconde en la canallada, pero que tampoco la rehúye. Soy un viento que arrasa egoísta con todo lo que le preocupa, caiga quien caiga, y arrase a quien arrase. Soy la roca de aquella película, contra la que se estrellan tarde o temprano aquellos que me importan, aquellos en quien pienso cada noche, justo aquellos, que más intento proteger. Así fue siempre, así es, y así seguirá siendo. Puedes cambiar decían, imposible, soy así, en los pasos torpes y los acertados, en las etapas tranquilas y las vertiginosas, en las sinuosas curvas y también en el reposo del camino.
Y así estoy, en mi atalaya, contemplando tranquilo lo que he sido, dejando caer por los abismos del olvido aquello que no quiero recordar, y rescatando de los acantilados aquello que no quiero que caiga. Estoy aquí, en mi atalaya, viviendo una época tranquila gracias a todos los que pasasteis por mi vida, gracias a los que permanecéis, y sobre todo, gracias a mi innata capacidad por enorgullecerme de lo que he hecho, siempre. Estoy aquí, en mi atalaya, sentado esperando qué trae la vida, esto es lo que soy, ni pude, ni puedo, ni pienso cambiarlo, sin pedir disculpas por mis ganas de vivir ni olvidar al mismo tiempo mis errores, pero con mi sonrisa, siempre puesta, siempre dispuesta y siempre a compartir. Esto es lo que soy, no hay más, y allí te espero para cuando quieras caminar, desde mi atalaya, mientras contemplo la vida pasar.
Líneas torcidas… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain License.
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