Una mirada perdida…
Se detiene segura al llegar al bordillo de la acera de enfrente. La miro. No le quito los ojos de encima, aunque ella, ni me ve. Últimamente me pasa a menudo. Magnetismo con las féminas creo que lo llaman, o seguramente, ausencia de él.
Lleva un vestido largo y de gasa. Parece fresco, y es de tantos colores que el día que lo tejieron tuvieron que inventar la mayoría. Está preciosa, y lo sabe. Sabe que la miro aunque se siga haciendo la remolona. Es consciente de que estoy justo enfrente suya, y aunque haya diez metros de distancia, me huele, me percibe, estoy convencido. Juega con sus manos entre los pliegues de su vestido, inocente, con la mirada a veces perdida, a veces distante, y las menos, clavándose en el fondo de mis pupilas. Podría parecer que lo hace sin control, como si fuera un tic inconsciente, pero no la creo. Lo he visto cientos de veces antes. Sabe lo que está haciendo en todo momento.
De repente, el tráfico a izquierda y derecha se para. Me calo las gafas, ajusto el casco, y tiro del pedal. Ahora ella no parece tan segura como al principio. Duda, como si algo no le cuadrase o hubiese visto un fantasma. El tipo de duda que ante una elección de vida o muerte, hace que la segunda, se te lleve por delante. Sin preguntar, con la guadaña siempre presta.
Mientras piensa, paro la bici a su lado, en equilibrio y sin pisar suelo. «Puede usted pasar señora, está en verde» le susurro. Y da un paso dejando sus dudas detrás. El semáforo no ha sonado esta vez, y ella sigue escuchando el tráfico del cruce. La cubro con el cuerpo y con mi bici, y la vigilo de reojo al pasar. Ahora no hay titubeos, y cruza su mar hasta la acera de enfrente, con forma de orilla y salvación.
Meto pedales y me paro en seco a los dos metros. «Gilipollas» me digo, «Es ciega, no sabe lo que es el verde aunque lleve un precioso vestido de colores y sienta el sol en su cara».
Leí una entrevista hace tiempo. Un ciego decía que preguntarle a él qué es lo que ven, es preguntarte a tí mismo que tienes detrás de la nuca. Me pareció una explicación sana y certera. Un mar de tinieblas, nada, el vacío más absoluto.
Y sin embargo, a ella le perdono que aún no quitándole los ojos de encima, esta vez no me viera. Sé que sabía que estaba ahí, y aunque no diera las gracias, aún concentrada en sus dudas al cruzar, me fui con la conciencia tranquila. En su mirada perdida, a un lado y a otro, y en los fugaces momentos que mis ojos y los suyos, descontrolados, se cruzaron, pensé que quizás vean más de lo que cuentan.
Quizás desde su mundo de tinieblas fuera capaz de hurgar en las del fondo de mi alma. Lo sentí así mientras la miraba y me alejaba. Sólo espero, si fue así, que aunque no fuera nunca capaz de explicarle lo que es el verde, no le disgustase lo que «vio» en mi interior. Al fin y al cabo, en ese paso de cebra, mi alma se ha cruzado para siempre con la suya…
Una mirada perdida… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://juanjosegarciagomez.com.