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Lágrimas y asfalto…

18 julio, 2013

«¿Y no te aburres sólo?» preguntó clavando el azul de sus ojos en los míos. «Sí, a veces canto» respondí sin dudar. Y no había más verdad que esa. Pedirle matrimonio ante su pregunta no era apropiado, aunque habría solucionado esa parte de soledad.

Pero tiene su encanto, aunque no haya calidad musical. Tampoco importa demasiado. Bajo un casco y dejando que el viento azote tu cuerpo cansado, nadie puede oírte. Tu piensas y conduces mientras ves el mundo cambiar a tus lados. Bajas Normandía y las tierras del Loira. Te pierdes entre kilómetros cuadrados de viñedos en Burdeos, pides ayuda como puedes, y te desesperas al verla y no poder arrancar. Das gracias a Dios, o a quién sea porque a la mañana siguiente amanece de nuevo. Y apuntas a los Pirineos como un objetivo. Dejas la Galia atrás y los cruzas a lomos de tu caballo azul, como siglos antes hiciera Aníbal a lomos de Strategos. En dirección contraria eso sí, y en la soledad. No te acompañan setenta mil almas. Los tuyos van contigo. Los tuyos y nadie más.

Y desciendes sólo, mientras cantas. Paras aquí y allá. Una buena charla y una fría cerveza. Visitas a los justos y a los que te esperan. A los que puedes. Aquellos que te reciben con una sonrisa y encogen su corazón al verte. Picas estribos y embragas primera. Corre Paula, corre tú, que yo te canto. Al final del día la besas y le das las gracias. Eres fiel compañera, le susurras. Y al irte a dormir, te crees, en tu propia locura, que ella cuida de tí, del mismo modo que tu la montas con cuidado. No hay soledad en ello, sino una relación honesta y sincera.

Dejas la familia atrás, los últimos vestigios de una generación que cuidó de tí mientras eras incapaz de andar. Les limpias las lágrimas de sus mejillas, y les devuelves las gracias. No hay esfuerzo en visitar tu historia. Eres ellos, y allá dónde vayas, lo serás siempre. Mi tía gusta decir, que mi abuela viaja conmigo. Me gusta pensar que puestos a viajar, se montan todos. Así ven lo que yo veo. A lomos de Strategos, mientras cruzo los Pirineos. Aunque ya no estén, aunque hace tiempo que se fueran para no volver.

Hay cerca de Ávila un pequeño pueblo. Se llama Sotillo de la Adrada. Vayan allí. Tengo familia de la buena, de la que no es de sangre y te trata como si lo fueras. Pregunten por ellos. Un pueblo cercano a ser dormitorio de Madrid. Un pueblo alargado y de carretera. El típico pueblo dónde sólo pararías a repostar. No hay mucho más interés en él, que la sierra que lo circunda. 

Pero en Sotillo, como en todo lo inesperado, merece la pena parar si alguna vez tienen la suerte de hacerlo. Pregunten por mi familia. Les reconocerán. No hay nadie en mis kilómetros tan acogedor como ellos. Y dadle recuerdos. Hacedlo de mi parte. De corazón.

Si la conocen a ella, no le digan nada. Esperen a que pregunte. «¿Y no te aburres sólo?» dijo. «Sí,  a veces canto», respondí. Era eso o «Cásate conmigo». Así tendría un motivo para volver. Así podría volver de vez en cuando y no esperar 6 años entre vez y vez. «¿Por qué no te quedas?» preguntó su madre. Y ahí sí, ahí no supe que responder.

Era lo que debía hacer. Me tratan tan bien que me habría quedado encantado. Es una de las ventajas de la soledad. Tú pones tus plazos, y los demás se adaptan a ellos. Llegas cuando quieres, y te marchas aunque duela. Y sin esperarlo, al ver sus lágrimas en las mejillas, supe que irme era una buena decisión. 

Hay una casa al final de Sotillo. Un buen lugar para visitar. Vive en él una familia capaz de hacer sentirse querido a alguien que no lo merece y que viaja sólo. Es una agradable sensación cuando estás lejos de casa y de los tuyos. Saber que allá dónde vayas, te esperan buenas charlas y una cerveza.

Les abracé, les di las gracias, y limpié las lágrimas de las mejillas de una madre que me trató siempre como si fuera un hijo más. Me escondí bajo el casco, embragué primera, y quemé asfalto y sentimientos, al calor de un julio cualquiera en Castilla. Cual Aníbal. Picando espuelas sin mirar atrás. Si lo hubiera hecho, el cielo azul de sus ojos habría visto que lloraba, y que ésta vez, no quedaba nada que cantar…

 

Licencia Creative Commons
Lágrimas y asfalto… por Juan José García Gómez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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