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Los bajos del Gran Río…

3 octubre, 2021

Los bajos del Gran Río…

Nunca le di forma a estas líneas. Supongo que me las debo desde una tormentosa tarde de la primavera pasada. Y hoy, al atardecer y tras una breve lluvia, sonaron de nuevo en mi cabeza las notas de esta canción que no escribí.

Ya había estado allí, aunque lo olvidé.

Estuve allí hace años, una tarde a veces, una mañana después, toda una noche sin prisas, y también algún despertar. Volví también años después. Estuve tantas veces, que lo había olvidado. Y olvidarlo fue la primera de las faltas de respeto a lo que fui y a lo que soy. La segunda falta quizás, más desenfadada, alegre y vividora, fue la de repetirlas sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Supongo que al menos, me permití que fuesen diferentes entre sí. Si no fue así, o no intenté que lo fuesen, la verdad es que tampoco pienso pedir perdón por ello.

Realmente estuve allí aquella tarde lluviosa, pero no es allí donde empezó. Supongo que si buscamos el comienzo fue cuando ella tendría quince años, éramos niños los dos, y entre sevillanas y rebujito, me perdí en sus malditos ojos azules y su pelo rubio como el Sol. Y digo malditos porque llevaba el «te voy a hacer daño» escrito en ellos. Pero no se lo tengo en cuenta, fui voluntario a esa muerte dulce.

Y desde entonces, vayan ustedes a saber por dónde va la cuenta. Ya os dije que había estado allí hace años, y tantas veces desde entonces, que no sé cuantas volví. Podría llenar una enciclopedia con sus nombres y aún así me quedaría corto. Unas veces me enorgullecí de ello, fanfarrón y petulante, las otras, las más, me sumí en la vergüenza más absoluta. Quizás no valía más que para ello y con ello me castigaba, pero vayan ustedes a saber, a estas alturas, que me quiten lo «bailao»

Volví aquella tarde lluviosa, y tras besarla con ganas, miré a mi alrededor y me di cuenta de que allí ya había estado. No creo que ninguno de los rincones que esconde el mundo puedan superar ante mis ojos a mis vivencias en esos bajos del Gran Río. Por allí volvían los barcos cargados del oro indio, y allí, con palabras como rubíes, engatusé a más de una desprevenida. Eso fui, eso soy, y supongo que de nuevo y a estas alturas, poco podré cambiarlo.

La besé con ganas decía, y no volví a soltarle la mano aún conduciendo hasta que me despedí cortésmente al dejarla en su portal. No volví a verla y tampoco me apetecería. Y si se preguntan la razón, no la busquen, no la encontrarán. Pudo haberlo sido todo y fue absolutamente nada. Yo te dije, tú dijiste, y nada más. ¿A quién le toca? Siguiente. Al menos y eso se lo reconozco, me recordó que ya había estado allí, así que un saludo si alguna vez lo lees.

Pero ese «a quién le toca y su siguiente» no son tan fríos como parecen. Algo queda y a veces duele. A veces horas, otras días y otras vayan ustedes a saber si no siguen ahí, como fantasmas recordando el daño que hiciste y el que te hicieron, como mojones de carretera marcando los kilómetros que llevas o como puntos en un lienzo blanco que al unirlos dibujan perfectamente lo que fui y lo que soy.

Le di la mano como en aquel texto y no se la solté hasta llegar a casa. Y no volví a verla. Sin más. Gané y perdí tantas veces que a veces sonrío al recordarlas. Pero siempre entregué esa mano y besé con ganas. Como si fuera la última vez y por si lo era. Y luego generalmente, hasta la siguiente. No siempre fue mi culpa obviamente, pero fue así como pasó.

Lo que no pasó tantas veces fue temblar mientras lo hacía. No tantas preguntaron, lo provocaron ni tantas lo notaron. «¿Estás temblando? Sí» y en todas ellas perdí a alguien que me hubiera apetecido. Y esa era una bonita e incontrolable señal, aunque algunas no supieran leer entre líneas. Y con todas ellas creo haber sido decente y tener la conciencia tranquila.

Estuve allí, y aunque a veces, como ahora no consiga verlo, acabaré volviendo. Porque eso es lo que fui y porque eso es lo que soy. Y no me apetece esconderlo. Me apetece vivir aún perdiendo, jugar para ganar y hundirme en la derrota. Saberte destrozado por unos malditos ojos azules y un pelo rubio como el Sol. Resurgir en los bajos del Gran Río otra vez, e irme a casa con la Victoria entre mis manos. Me apetece besar aunque se quiten, entregar mi mano aunque me nieguen la suya. Desnudarlas mentalmente antes de hacerlo por si al final no lo consigo. Besarlas con ganas por si es la última vez que lo hago. Quedarme, siempre, a dormir, para que cuando me levante, y siempre, recuerde que estuve ahí. En fin, vivir, amar, reír, llorar, ganar, perder, estar, quedarme, un abrazo, dos despertares, un desnudo y un temblor. Un café, buenos días, aquí estoy, contigo, justo donde me apetece estar, buscarte y encontrarte, volver a temblar, quedarme dormido, despertar y buscarte, vivir, de la única forma que sé, vivir amando, enjugar lágrimas, siguiente y volver a amar. Porque de la única forma que merece la pena vivir es amando, ganando, perdiendo, no rendirse y seguir, engatusarte en los bajos del Gran Río y mirar atrás sonriendo sabiendo que estuve allí. Y aquella lejana tarde en la distancia, como uno más de esos puntos que se unen en mi pasado, estuviste allí, y yo, temblé contigo…


Los bajos del Gran Río… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en https://juanjosegarciagomez.com/2021/10/03/los-bajos-del-gran-rio/.

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