Un trozo, de tela negra…
¿Qué pasa cuando una madre emplea su domingo, en rebuscar entre los cajones donde guardas tus recuerdos? ¿Qué pasa si tesoro tras tesoro vas sacando billetes para viajar en el tiempo? ¿Qué pasa si entre todos rescata un pequeño trozo de tela, rescatado de lo más profundo?
Pasa lo de siempre. Lo que a todos seguramente. Pones cara de circunstancias mientras dejas que ella tome una decisión, que tú no puedes tomar, no porque duela ya hacerlo, sino porque en aquel rincón de los recuerdos, ya no hace daño a nadie. Pasa que rescatas y revives, que recuerdas, tú también. Pasa que sonríes, aunque alguna vez doliera. Aquella extraña sensación de recuperar sensaciones, en cualquier lugar y sin ningún motivo. Hueles, oyes, ves, tocas y saboreas, algo olvidado, algo que hace tiempo ya no está.
Y durante ese pequeño instante, en que alguien muestra el pasado en forma de un trozo de tela negra que para ti es un mundo de significados y sensaciones, te avergüenza que algunos lo relativicen, bautizándolo fríamente, “ropa interior”
¿Ropa interior? Trofeo de guerra más bien, que la guerra y el amor mueven el mundo, y en aquel trozo de tela se concentra todo lo que me movió algún día, mucho de lo que me enorgullece, mucho de lo que me entristeció, y gran parte de lo que soy ahora y posiblemente, seré.
Y en ese pequeño instante, pierdo fácilmente la cuenta, de cuantas veces te desnudé de ese pequeño trozo de tela. Tan fácilmente la pierdo, como imposible me resulta contar, las veces que te habría vuelto vestir, para desnudarte sin descanso.
Y me veo allí, rebuscando un trozo de tela en una habitación a oscuras, entre sábanas revueltas y aún calientes. Entre caricias y susurros, entre sonrisas cómplices y ojos que se entrecerraban, de cerca, de frente, por el simple placer de verte quedarte dormida. Solo había que elegir el cuento para poder ver como te entregabas a Morfeo, después de haber sido mía. Y mientras, mis dedos se perdían entre tu piel y un pequeño trozo de tela negra, jugueteando con ella sin apenas tocarte. Tan solo bastaba con rozarte. Que supieras que estaba. Que te quedases cerca para poder decirte de vez en cuando “estoy aquí, sigue durmiendo”.
¿Te acuerdas? Yo sí. Y aunque mi madre viniera con un trozo de tela, con él, venían un montón de recuerdos. De domingos, de días largos y noches eternas. De charlar para alargarlas, de lo que fuera, con tal de que no se acabaran. De mañanas sin prisas y despertares pausados, aunque a veces tuviera que decir “Tengo prisa, me voy”. Y entonces pasaba el día pensando en volver, darte un abrazo y secuestrarte de nuevo hasta tus sábanas. Que hiciera frío para poder calentarlas. Que helase para poder perder mis piernas entre las tuyas. Que lloviera de forma torrencial para no salir jamás. Que se acabase el mundo, qué más daba ya. Despertarme al olerte y dormir al escucharte.
Me acuerdo de calles vacías y largos paseos, sin rumbo o de vuelta. Magnifico los recuerdos y me encanta hacerlo. Apareces y me enorgullezco. Por un instante sonrío, enorme y orgulloso. Por un instante, recuerdo, tranquilo y en paz. Una vez exististe, estás en ese tesoro en forma de trozo de tela negra. No te soñé. Pude contemplarte y disfrutarte.
Y retumba de nuevo. “¿Qué quieres que haga con esto?”. Pongo cara de circunstancias, porque no puedes contestar. ¿Cómo dar la orden de deshacerse de algo que ya no duele y aún te saca una sonrisa?
Haz lo que quieras, aunque nunca llego a convertirlo en palabras. Se queda en pensamientos. Haz lo que quieras mamá, pero déjame recordar. Te huelo, y vuelvo a tocarte por un instante. Un trozo de tela negra, el último de los muros que protegían la desnudez más bonita del mundo. Un trozo de tela negra que alberga bellos recuerdos. Aquella mañana, a las cuatro de la tarde y recién despertados, me robaste tú, y yo me fui con mi trofeo. Cogí un autobús y volví a casa. Lo guardé en un cajón y de vez en cuando aparecía.
No puedo dar esa orden, pero conozco a mi madre, y posiblemente, aún sin darla, nunca vuelva a verlo al rebuscar entre mis cajones. No importa, sigo con mi sonrisa y mis recuerdos. Ya no lo necesito si al recordar puedo sonreír tanto.
¿Te acuerdas? Yo sí. Orgulloso y grande al hacerlo. Sin pena ni rencores aunque ya no estés ni vuelvas a hacerlo. Muchos pensarán al leerlo, algunos preguntarán. Que no busquen, no encontrarán. No queda nada y al mismo tiempo, queda todo. Tan sólo queda lo vivido, tan sólo el enorme orgullo de haberlo hecho y de compartirlo contigo. Solamente queda esa sonrisa enorme y sincera al recordar. Esas sábanas revueltas en la memoria una vez más. Esas palabras antes de dormir, y las primeras al despertar. Ese olor. Esos ojos. Esas conversaciones sin final con la única excusa de saborear un rato más el día. Queda un trozo de tela negra. Quedan los recuerdos, lo viví, orgulloso de haberlo hecho, con estas manos que escriben envidiando a aquellas que otrora acariciaron. ¿Te acuerdas? Yo sí, y mientras sonreía y escribía, aún te siento de memoria, mientras agradezco a mi madre, trastear en el cajón de los recuerdos…
Un trozo, de tela negra… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Buenísimo, Juanjo.
Muy buen post, estoy casi 100% de acuerdo contigo 🙂
Me has enganchado teacher!!!
Me relaja mucho leer tus historias…..
y en este texto está escondida la causante de aquella época oscura y aquellas lágrimas. es LA, con mayúsculas, aunque el culpable en realidad fuese yo. Supongo que lo leyó, aunque nunca dijo nada al respecto. Sé cuanto le gustó a mucha gente, y nunca supe si le gustó leerlo a ella…
Realmente crees que importa?