No olvidéis…
Lo olvidamos. No lo recordamos casi nunca, y cuando sucede algo inesperado, es cuando nos damos cuenta fugazmente, de la extrema delgadez de la línea que separa la vida y la muerte.
No es ni siquiera una línea, quizás un trazo débil, una especie de boceto hecho a lápiz por la caprichosa mano del destino. Un boceto digo, que está ahí, rodeándonos en nuestras rutinas que tan por sentado damos. En nuestras relaciones, en nuestros objetivos, en nuestras ilusiones y planes de futuro, e incluso, estuvo rodeando todas y cada una de las escenas que hoy en día dibujan nuestros recuerdos.
Es una línea, de un trazo tan débil, aquella que separa la vida de la muerte, que un simple soplo de aire puede borrarlo de un plumazo. Pero no nos damos cuenta, no lo recordamos nunca, y seguimos viviendo en el lado de la vida, con sus alegrías y sus miserias, sin tan siquiera pensar en lo tremendamente cerca que normalmente tenemos la muerte, en lo débiles que son los caprichosos trazos del destino, en la extremada fragilidad de la construcción del castillo de naipes que en definitiva es nuestra vida, donde cada piso es una etapa, y en cuyo ático residen nuestros sueños y aspiraciones.
Y lo olvidamos, y elegimos vivir sin ser conscientes de ello, porque de otro modo, viviríamos sumidos en una continua angustia que tampoco tendría mucho sentido. Y lo olvidamos todos, y por eso no puedo culparos, porque, normalmente, también lo olvido yo.
Una mañana cualquiera, te levantas, pensando en cómo será tu día. A dónde debes ir, para hacer qué. Como harás aquello, y como afrontarás lo otro. Haces unas estimaciones, sobre a quien verás y a quien no. Concretas un par de cervezas, para poder buscarle hueco en tu agenda. Eliges los acompañantes. Calculas horarios, para saber donde debes estar y cuando. Y aquello que no estás obligado a rellenar, lo dejas al azar, o simplemente, para ocuparte ahí de tus aficiones o tus lúdicas rutinas. Ingenuos de nosotros, que en nuestro “enorme dominio” de nuestras vidas dejamos un hueco al azar, cuando es el azar el que decide, lo que harás y lo que no, no ya un día u otro, sino quizás nunca jamás. Y así pasan los días, y van pasando los años en el mejor de los casos, para los que somos afortunados de seguir del lado de la vida. Planeados un mínimo, organizados hasta el extremo, aunque se nos llene la boca diciendo que somos libres, y que elegimos la vida que queremos vivir.
E inesperadamente, un día te levantas, y todo sale como suponías que saldría, hasta que de repente sucede algo que te hace darte cuenta, de lo frágil de las líneas, y de las crueles decisiones del destino y del azar. Gracias a Dios, o a quien quiera que decida por nosotros. Gracias al azar, o al propio destino, llamadlo como queráis, simplemente sigues del lado de la vida. Magullado pero entero. Dolorido pero vivo. Aturdido pero cabal. Sin moverte, pero temporalmente. Sanará, y tus seres queridos, y los pocos que pueden llenar su boca con la palabra amistad, no sufrirán tu perdida, ni llorarán ninguna grave lesión. Y duermes donde y como no esperabas hacerlo. Enhorabuena, has tenido esa suerte. Has permanecido del lado que debías para que todos puedan aún preguntarte, para que otros muchos puedan simular un interés que nunca tuvieron realmente, o al menos nunca muestran.
He tenido siempre la suerte de permanecer del lado que debía. Y van varias. Yo le doy las gracias a Dios, porque de verdad, no sabéis lo delgada que es la línea. Se ve que le caigo bien. Suena a blasfemia, pero le caigo bien. Esa tarde, una vez mas, decidió por mi, y pese a la sangre de su sangre que se derramaba por el asfalto, pese a los rasguños y los golpes y las feas heridas, siempre me lo tomo bien. Quizás es por eso por lo que me perdona tanto la vida. Quizás es porque así de vez en cuando puedo acercarme solo por las urgencias y alegrar un mal rato a gente como la del otro día. O quizás solo sea azar. No lo sé.
Lo único que sé, cada vez que sucede algo así, es que me recuerda las líneas y su delgadez. Y al menos, durante un tiempo, consigo vivir recordándolo cada día. Pronto lo olvidaré, pronto seguiré viviendo como todos. Pronto volveré a pasar épocas absurdas. Lloraré de nuevo algún día, por cosas que realmente no merecen la pena como aquellas por las que lloré. Lo hacemos todos. Pronto, volveré a necesitar, que algún día, el azar decida, y Dios elija en qué lado de la línea ponerme entonces. Pero, hoy, al menos lo recuerdo, y al menos, quiero compartirlo antes de que lo olvide. Seáis amigos, o simplemente, empecéis a preguntaros ahora que pasó, y porqué no os enterasteis. Así, sin rencores, quizás os sea de provecho.
Recordadlo mañana cuando os levantéis. Recordad que por mucho que planeéis, la línea es muy delgada. Recordadlo en el próximo momento bonito que podáis saborear. Ojalá sean muchos, y ojala lo recordéis. Vividlo como si fuera el último parecido. Exprimidlo al máximo. Disfrutad de esas personas que os rodean y que os acompañan en cada día. Hablad, reíd, llorad, sentid. Hacedlo siempre y en todo momento. Recordad hacerlo como si fuera a ser la última vez, porque, quizás lo sea. Recordadlo sobre todo en los malos momentos. Recordadlo cuando os enfadéis, recordadlo cuando discutáis, cuando decidáis iros a la cama en compañía de vuestra angustia. Recordadlo cuando sufráis por amor y por desamor, cuando os encontréis perdidos, cuando os despidan, cuando no sepáis que camino debéis elegir. Recordad que todas y cada una de las decisiones que toméis son fugaces cuando se enfrentan al azar y las líneas del destino. Recordadlo para que os ayude a relativizar los malos momentos, y a disfrutar los buenos, por lo afortunados que sois de poderlos vivir. Otros, no tuvieron esa suerte y tuvieron que cruzar la línea. Recordadlo entre llantos y sonrisas. Recordadlo cuando me veáis, cuando os salude y os pregunte. Recordadlo cuando tengáis delante a aquella persona en quien penséis al leer estas líneas. Su línea y la vuestra son muy delgadas, y quizás sea el último momento para decirle algo que calláis, o simplemente, para disfrutar de su compañía. No os angustiéis, no debéis hacerlo, simplemente, recordadlo siempre, porque aunque penséis que son solo mis delirios, tengo la suerte de seguir de un lado, y le caigo bien a alguien allí arriba. Recordadlo, porque será justo en lo que piense, la próxima vez que os vea y viva algo con cada uno de aquellos en quien pienso mientras escribo. Y esta vez, no pienso olvidarlo de nuevo…
Nota: A veces, muy de vez en cuando, una pegarse una ostia en moto puede ser la mejor de las terapias. Esa es la razón de ser de este texto que escribí en julio de 2009
No olvidéis… por Juan José García Gómez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.