Con el cuchillo entre los dientes…
Así he procurado entender siempre la vida. Aprendí de mis mayores, de los que se fueron, y de los que aún están. En una cuestión que es ley de vida, hay que tener la suerte suficiente como para que tus mayores, sean además, los mejores. Bendita casualidad. No puedo evitar reconocer sin embargo, que precisamente por su excelencia en todo, o por la madurez que le dieron los años, son bastante más inteligentes y más templados que yo, y tan sólo he visto relucir las hojas de sus cuchillos en momentos extremadamente puntuales y necesarios. Mi cuchillo no es así. El mío es, de joven, torpe.
En la paleta de valores en que, a modo de colores, guardo los míos, no hay tonos. Escribo y vivo en blanco y negro. No es que no existan los grises, es que mis ojos no consiguen distinguirlos. Tara de nacimiento supongo, o que no me da la gana intentarlo. Sea lo que sea, desde luego, es mi completa elección, pues sin llegar a su experiencia o inteligencia, tengo de ambas lo suficiente, como para discernir lo que me apetece, y lo que no. Vuestros grises, los de todos vosotros, no los quiero en la paleta, ni en la pintura de mi vida. De sus líneas y sus trazos, ya nos encargamos a medias, y de siempre bien avenidos, Dios mismo, y un servidor.
En mi vida y su pintura. En el amor, la amistad, el sexo sin compromiso e incluso, mi compromiso sin sexo. Mi lealtad entrego en contadas excepciones, y rechazo las demás en demasiadas. No me valen los grises. Nunca me valieron. Me aprecio demasiado para valorar grises y sus medias tintas. Escribo y vivo en renglones rectos y letra legible. Alto y claro. Ni perdono ni olvido. Quizás todo ello no me convierta en un católico ejemplar, pero tampoco me veo de blanco y alojado en el Vaticano. Hay para ello otros mejores que yo, y más cercanos a la santidad.
Podríamos decir que es un aviso a navegantes que de obvio, resulta innecesario. Bien saben de mis dientes y mis cuchillos los pocos a los que cedo mi compromiso, y me permito conocer. Tengo demasiados años, y me quedan demasiado pocos por delante como para andar con pérdidas de tiempo. Si no pudo ser a la primera, no habrá una segunda. No hay vueltas atrás. Tomar distancia no lo enfriará ni contribuirá a arreglar las cosas. Mi vida se ha vivido siempre en una única dirección, la mía, y la de los míos. Ellos gozan de todo el compromiso que me ahorro negándoselo al resto. Total, son los únicos que lo merecen de un modo incondicional.
En la política, en mis ideas, en mis valores, sueños y temores. Mis opiniones, mis creencias, y mi libertad. Todas y cada una de ellas, y en especial la última, no se las debo a nadie, sino a la buena mano de mis padres, firme y constante, sin atosigar jamás. Percibo que con los años, se potencia, y que la compañía o su ausencia, no sólo no la debilita, sino que la fortalece. Seguro y convencido de que ese y no otro, es el camino correcto. Es mi fe, y no trato de imponerla sobre la de nadie.
Por ello, ahórrate tus juicios. Los literarios son bienvenidos. Escribo para que leas y para que aprendas, si es que quieres, o si es que tengo algo que enseñar. Guárdate los otros. Aprovéchalos con cualquiera que esté dispuesto y predispuesto a escucharlos. Quizás le sean de ayuda. No te los pido, no los necesito, ni jamás, bajo ninguna circunstancia, te los consentiría. Juzga y siente pena si quieres. Confirma tus prejuicios. Camina hacia la esquina, encuentra alguien cómplice, y cuéntale, qué pena más grande, cuánto odio, no tiene salvación. Táchalo de justo o de injusticia. Pídete un café y haz su digestión como consideres oportuno. No es asunto mío. No me preocupa en absoluto. Qué pena. Lo que quieras, lo que tú digas, y sobre todo, y para tí, seas quién seas, te fueras o aún estés, la perra gorda.
Que no lo entiendes, que no lo digas. Que te lo ahorres, que le cuentes tu película a otro. Que no me hables de la paz en el mundo ni de la bondad del ser humano. Que en un mundo lleno de hijos de puta desde el principio de los tiempos, decidí hace mucho rodearme de los míos y de nadie más. Que no estoy hecho para grises. Ni para comunidades de vecinos. Que no soy parte del pueblo. Que mi bandera es la mía, mía, y de nadie más. Que en la cueva donde pueda yo esconder mis miserias, soy el mismísimo Platón. Yo las escribo, y no quiero que me las escribas. Que quizás al fondo haya luz, y sea precioso, y todos vivamos en paz y con siete vírgenes alrededor. Pero no me interesa, no me la cuentes, no te apiades de mí, y sobre todo, no intentes imponerme tu cueva o la de los demás. Ni a mí, ni a ninguno de los míos. No, gracias, de esos, si no pudieran o no supieran, ya me encargaría yo.
Yo me muevo bien con mi cuchillo entre mis dientes. Excelente en la distancia corta, rápido, y letal en el degüello. No lo pienso dos veces. Rebano un pescuezo y me voy a por el siguiente. No necesito que lo entiendas, ni tu comprensión, ni mucho menos tu misericordia. Ya me juzgará Dios cuando deba y cómo le plazca. No pretendo la salvación de mi alma, y no se lo tendré en cuenta si la condena impuesta es eterna. De aquí a entonces, me bastan mi cuchillo y tu sangre. No hay honor ni placer en lo que hago ni en lo que digo. No hay ni odio ni rencor. Es tan sólo una aséptica poda de las ramas que no quiero que oscurezcan mi camino. El lugar adonde lleva, no le interesa a nadie más que a mí. Es instintivo y maquinal. Así lo aprendí, o así creí que me lo enseñaban.
No me hables de solidaridad, del bien, del mal, de la comprensión o tus principios. Ya cumplo con la sociedad trabajando a cambio de un salario digno y honrado al velar por los sueños tranquilos de aquellos que no puedan defenderse. Ni derechos humanos, ni valores, ni amor al prójimo ni pascuas, santas o no. Mis principios, mis valores, forjados por el paso de los años son compatibles con el resto siempre y cuando no se interpongan ni en mi camino, ni en la pervivencia de los míos, de mis ideas, o de las suyas. Ningún imperio, de Roma a Constantinopla, de los pastos de Mongolia al paso de las Termópilas, de Flandes a Trafalgar pasando por las Indias, lo puso en duda jamás. Ningún hombre, leal a sus principios los puso en duda jamás. Los medios fueron siempre usados en aras de su justificación. No hay más crítica en ello que la posible a la especia humana y a los muertos de su estirpe. En mi vida, en la de los míos, en mi imperio, en los tajos de mi cuchillo, y en mis degüellos inmisericordes, y mal que le pese a Dios y aunque me juzgue por ello a su debido tiempo, tan sólo, y que te quede claro, mando yo…
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