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Los fantasmas de mirada muerta…

1 enero, 2011

Supongo que cuando Charles Dickens escribió «A Christmas Carol», la inspiración no le vino en un lugar tan común, y a la vez tan especial, como la barra de un bar. Casi dos siglos después, sin embargo, sentado en aquella barra de bar, y al abrirse la puerta, comenzaron a desfilar, uno tras otro y sin descanso, varios de mis fantasmas de navidades pasadas.

Las manecillas del tiempo habían seguido su curso año tras año, y mientras veía entrar a aquellos hombres que conocí siendo niños, no pude sino pensar, en que el tiempo no se detiene, y a todos nos trata de forma desigual.

No lo recuerdo, pero supongo que, cuando éramos aquellos niños que se conocieron hace años, todos soñábamos con otro tipo de vida distinta a la que llevamos. Siempre lo he dicho, quizás pudiera ser distinta sí, pero desde luego, es esta la mía, es esta en la que soy inmensamente feliz, supongo quizás, porque siempre fue la que yo elegí.

Pero de forma desigual nos trata a todos el paso de los años, de forma desigual corren las manecillas del tiempo para cada uno de nosotros. Y mientras escuchaba las historias de aquellos fantasmas de navidades pasadas, entre sorbos de cerveza, me llamaba poderosamente la atención que en sus miradas, no existía satisfacción al recordar el recorrido de las agujas, en el reloj de sus vidas. Estaban bien, habían crecido, cambiado, vivido, reído y llorado, pero ahora, estaban conformes, sin más.

Conformes con sus vidas, rendidos y habiéndolas aceptado. No llenos, ni plenos, ni satisfechos de la que llevaban, sino acomodados, sin ganas ni fuerzas. Por eso eran fantasmas, porque ya estaban muertos. Miradas vacías, sin orgullo. «Esta es la vida que llevo, porque es la que me ha tocado en suerte». Podría aceptarlo si viniera de alguien que ha sacado a duras penas a su familia adelante y hace un balance de todo lo sufrido. Pero es inaceptable viniendo de quienes no han llegado siquiera a la treintena.

Cuando la cerveza se acabó, y los fantasmas se perdieron por entre el bullicio, llevándose lejos sus muertas miradas, su manera de contar las cosas, más que sus palabras, no paraban de resonar en mi cabeza. «Que pena», pensé, y seguí pensando durante días en cuán diferentes corrían para cada uno las manecillas de la vida.

Y pensando, recordé una escena del comienzo de «El Club de los Poetas Muertos», aquella película en la que el profesor John Keating les enseña a sus alumnos casi todo de la vida, y casi nada de la literatura que debía enseñarles. Situándolos delante de unas vitrinas en la que reposa el polvo de los recuerdos, les enseña a sus alumnos a algunos fantasmas del pasado del colegio en el que ahora estudian. Es la famosa escena del Carpe Diem. «…Repletos de hormonas igual que ustedes. Invencibles, como ustedes se sienten. Todo les va viento en popa. Se creen destinados a grandes cosas como muchos de ustedes. ¿Creen que quizá esperaron hasta que ya fue tarde para hacer de su vida un mínimo de lo que eran capaces?».

Y así, el profesor Keating les anuncia la locución latina, entre susurros con voz de ultratumba. «…aprovechad el momento chicos, haced que vuestra vida sea extraordinaria»

Algunos, haciendo uso de vuestro exceso de realismo, os disfrazaréis del señor Scrooge en el relato de Dickens y diréis «¡Bah, paparruchas!». Puede que para entonces, ya os hayáis convertido en alguno de mis fantasmas del pasado. Puede que para entonces ya se hayan muerto los sueños de vuestras miradas, que aquellos sueños de la infancia se hayan cubierto del polvo de los recuerdos. Puede que seáis fantasmas aún estando vivos, viviendo una vida que no elegisteis y que de ningún modo queréis. Conformes, rendidos. Meros trozos de carne que contemplan el discurrir del tiempo sin hacer nada al respecto.

Os lo he gritado en cada uno de los textos que he adornado con el exceso de mis fantasías. Cuando no queda más remedio, podéis aceptar y justificarme lo que queráis. Pero sólo cuando no queda más remedio debe uno rendirse. ¿Para qué iba alguien a elegir la rendición si de todas maneras morirá? «…porque seremos pasto de los gusanos…» dice Keating en la escena. ¿Por qué elegiría alguien convertirse en un fantasma vivo pero de mirada muerta, pudiendo al menos rebelarse antes de que finalmente su reloj se detenga?. Sólo aquellos de quién depende alguna vida tienen derecho a justificar esa rendición. El resto es cobardía, exceso de realismo, en una vida demasiado corta como para no llenarla de sueños.

Y pensando, recordé de nuevo una película adecuada a estos tiempos que corren. «…Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo ¿Vale?. Si Tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tu tampoco puedes. Si quieres algo, ve por ello, y punto»

Supongo que estas dos escenas resumen exactamente la diferencia entre las muertas miradas de aquellos fantasmas, y la mía mientras escuchaba sus historias. Las manecillas del tiempo corren a una velocidad vertiginosa, y los que ayer eran niños, hoy se han convertido en fantasmas. Nadie puede detenerlas ni luchar para que así sea. La diferencia estriba siempre, en lo que eliges hacer mientras ellas siguen su curso. La diferencia entre una vida común y una vida diferente no reside tanto en lo que se sueña o se consigue, sino en las elecciones que tomamos, en el convencimiento firme de que son las que queremos, en la ilusión de averiguar a dónde nos llevarán independientemente del resultado. La diferencia, como siempre, está entre los que eligen rendirse y morir, alcanzando el final que a todos nos espera independientemente de lo que hagamos, o en elegir para que merezca la pena mientras nuestro tiempo se detiene. Y lo hará, más temprano que tarde, pero no tengo ninguna intención de esperar sentado y rendido a que mis manecillas se detengan…

Licencia Creative Commons
Los fantasmas de mirada muerta… por Juan José García Gómez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

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