El cielo de las ex…
Este texto son dos en uno. El que ahora tenéis delante es público. El otro jamás lo escribiré. Ya no queda quien lo lea y no se lo daré. Ese es mío y para siempre, escrito en un papel y revuelto en un cajón. Aparecerá con los años supongo, y sé que sonreiré al releerlo porque cada texto es un pequeño rincón lleno de recuerdos de quién fui, cuando, y con quién. Ese es el texto del perdón y de la vergüenza, el de los «te quiero» que nunca llegué a decir. Ese en el que derramé palabras para evitar derramar lágrimas.
Este que sí puedo publicar es un poco más tunante. Es el del truhan y vividor. El que me gusta releer de vez en cuando para no arrojarme de cabeza al infierno de mis fantasmas. Este se lo debo a una muchacha en su ventana, y a una conversación reciente entre los pocos leales que quedan ya, que pueda llamar amigos. Reímos y dolió, y en esos dos verbos se resume la vida. Vivir no es nada más que eso. Se nace entre lágrimas, se vive alternando sonrisas y dolor, y al morir se vuelven a derramar unas, y se recuerda con las otras a los que se fueron.
De todas, a esa muchacha y su ventana, hay algo que la convierte en especial. Ella no lo sabía hasta ahora. Es la única que me quiso sin dobleces. Lo sé porque ahí sigue de vez en cuando. Pregunta, contesto, y poco más. Sé que tiene una vida bonita, y seguro la merece. Es fan leal de mis palabras, y ni merezco que siga ahí, ni merezco que quiera leerme, ni desde luego creo que mereciese todo lo que me dio a cambio de lo muy poco que le di. Ojalá haberlo hecho de otro modo, pero me alegro por ti de que no fuese así.
Estos días la cosa fue de estrellas. Hablé de ellas y las puse como ejemplo. A veces me gusta pensar en ese universo infinito. Con cantidades de espacio, materia y tiempo que escapan a nuestra comprensión. Miles de millones de años hacia atrás, y con futuro incierto en sus teorías y otro buen puñado de miles de millones de años por delante. Es un genial ejercicio de lectura y humildad para una noche sin planes. Coged las estrellas desde su formación, cada átomo, cada partícula, intentad verlas expandirse, transformándose sin destruirse. Coged ciertos elementos de la tabla periódica, dejad que Dios los mezcle en una coctelera, contad especies que evolucionan y se extinguen, multiplicadlo por miles de años pensando en la imposible absurdez que resulta imaginar que dos personas, que vinieron de no sabe quién ni de cuantas uniones pasadas, decidan unirse una vez se han encontrado por vete a saber qué coincidencias. Podían haber vivido otras vidas, pero tanto las que vivieron como las que se frustraron, las llevaron justo a ese instante en el que coincidir. Un instante en miles de millones de años. Una coincidencia minúscula en un vasto universo. Dejadlas que se besen y sonrían, y que con un poco de suerte decidan compartir el suspiro que representan sus vidas en un universo inmenso y que vivió miles de millones de años, y todos los que le queden por delante. Un mísero suspiro.
¿Y si no tienen suerte al coincidir? En ese caso aparecen esos leales amigos, te quitan la absurdez de la idea de perderte en las estrellas y de repente uno zanja «Ahora no está, ahora está en el cielo de las ex». Y deja de doler y ríes a carcajadas. Otra más, infinitas como estrellas en el cielo. Ríes con ellos, ríes altivo ahí, y escondes tus miserias en el texto revuelto en un cajón y que nunca entregarás.
Y lo cierto es que lo siento, muchacha en la ventana. Eres otra estrella en el cielo de las ex. Ya no duele, pero siento que lo pudiese hacer. De hecho, te reconozco aquí que seas la única que sigue. De triste que pueda parecer, te da una medida de lo especial que fuiste, al reconocértelo. Gracias por estar entonces, y por preguntar de vez en cuando. Estos días apareciste. Dijiste «escribe», respondí «quizás» y suplicaste «ojalá».
Así que aquí estoy pidiéndote un último favor a cambio de concederte un texto más. Al cielo de las ex en el que habitas, rodeada de infinitas estrellas, va de camino una nueva vecina. Cuídamela. Brilla cuando sonríe, la reconocerás.
En nuestro instante de coincidencia, minúsculo, tuvieron buena parte de culpa el viajar, el vivir fuera y el volver. Encontrarnos cuando podíamos no habernos cruzado jamás. En nuestro instante temblé, como sólo hice contadas ocasiones. Jamás la besé sin ganas. En nuestro instante fui torpe como casi siempre. O lo fuimos los dos. Ojalá haberla abrazado fuerte para que no se fuera. En nuestro instante supimos amarnos, y no supimos cómo reconocernos y tenernos paciencia. Nuestro instante murió como estallan las estrellas. Fue efímero e intenso, especial, o al menos así lo sentí y así me gustaría recordarlo. Reí mucho y me gustó casi siempre ser quién era cuando estaba a su lado. Ese instante, ese suspiro, se perderá en lo inmenso del universo y en lo efímero de la vida. Acabará siendo un trazo más en el lienzo que es vivir. Como todas, como casi siempre.
Por eso, muchacha en la ventana, te pido que la esperes. Que la pongas a tu lado. Que la reconozcas cuando llegue su sonrisa. Que la mantengas cerca, que fue especial aunque quizás no se lo crea. Díselo. Cuéntale que tú lo eres, que contigo fui también torpe y aún así tuve mi encanto. Dile que en mi cielo de las ex las estrellas son incontables, pero que unas brillan con más fuerza que otras. Que siempre las miro, que son mías, que nunca se fueron y que están ahí.
Que aunque riese a despreciables carcajadas con el comentario, hay cierto romanticismo en pensar que todo lo que soy y todo lo que fui, me acompaña de vez en cuando al mirar arriba. Os reconozco a todas, y todas tenéis, vuestro espacio y mi cariño, en el recuerdo.
Habitad ahí arriba en la efímera eternidad que es mi vida. Sed felices. Que la vida os trate bien. Miradme de vez en cuando. Os buscaré y os sonreiré en la distancia. Hablaré de vosotras. Os cambiaré los nombres para que no haya víctimas inocentes. Sabréis quienes sois y quienes fuisteis para mi. Y yo, torpe, arrogante, orgulloso, truhan, vividor, seguiré adelante cual genocida del amor poblando un cielo de estrellas con mis cadáveres y sin confesar jamás que os echo de menos, más de lo que me gustaría. Y cuando el universo infinito y casi eterno suspire su último aliento, sabrá conmigo en un cómplice silencio, que fuisteis una minúscula y efímera coincidencia, y que agradezco a Dios que añadiese una pizca de vosotras al cóctel de mi vida…

El cielo de las ex… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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