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A Pipo y a los niños perdidos…

23 enero, 2025

Ayer me pidieron un abrazo, y aún no sé si era aprecio, necesidad de quien lo pedía o creencia de que lo necesitaba yo. Pero no me importó y lo disfruté sin más. Y llevan unos días recibiéndome a besos. A veces bailo. Y entre bailes, paseos, mancuernas y cafés tengo auténticos “desconocidos” a mi alrededor que van poco a poco incorporándose a mis días y abriéndome resquicios en las puertas de sus vidas. Y no me había dado cuenta hasta ahora.

Alguien que me quiere bien, preciosa por fuera e indescifrable por dentro, que vive a más de medio mundo de distancia, justo donde nace el Sol, me lo reconoció el otro día. Disfrutaba al verme así.

Vivíamos en un país gris cuando la conocí, y ha estado pero sin estar desde aquel lejano entonces. Serpentea como un río, dentro y fuera de mis días, y sentencia con acierto, cada vez que sus aguas, rozan mis orillas.

No entendí hasta ayer ese “así” de su sentencia. 

Era yo, y me perdí. 

Los que me conocen bien, saben que siempre fui de pocos y cercanos. Pero en mis elecciones y continuos desaciertos fui perdiéndome de vista.

Los que me conocen bien, saben que charlo en confianza y fui casi siempre, un truhan maquillado de inocente cuentacuentos. Que ofrezco mi sonrisa sin cesar y que soy cruel e implacable en el desprecio. “Otra pena pa mi coño” que diría el abuelo cuyo nombre llevo con orgullo.

Que me gustan los planes en soledad. Que veo tanta aventura en cruzarme la península a pedaladas como en pasear cazando atardeceres. Algunos incluso admiran que de tanto en cuando coja un saco y me pierda, literalmente, en el monte. Crucé fronteras en moto sin luces porque total, ya que estaba, tampoco iba a parar. Los que me quieren bien, de hecho se preocupan, y algunos incluso, envidian esa controlada osadía.

Pero casi siempre elegí creer que el mundo trata bien a quienes se aventuraron, por grandes o pequeñas que fueran sus locuras. Y aunque a veces tuve miedo y pensé “¡Cómo se te ocurre!”, casi siempre tuve suerte y volví a ver amanecer sin mucho sobresalto.

El caso es que en algún momento, entre tanta soledad buscada, entre tanto hijo de puta suelto, entre tanta loca con cuchillos cuyo placer estuvo en devolverme a mi las puñaladas que otros les pegaron, me perdí. Pero de verdad. Perdido de esa forma que entre miedos e inseguridades, te encierra en la oscuridad y las profundidades de tu alma. 

Y perdí la sonrisa y la capacidad de abrirme. Perdí esa valentía. Perdí el placer de aventurarme entre desconocidos para no sufrir. Si no entran, no aportan, pero tampoco dañarán. Y con ello perdí la mágica habilidad que tuve siempre para que los demás se abriesen.

Y un día, sin saber porqué, alguien te pide permiso para darte un abrazo. Y otro alguien decide empezar sus días concediéndote dos besos. Lo disfrazan de educación, pero hay algo más.

Hay, en cada gesto de cariño, en quien lo muestra y quien lo pide, un aprecio de lo que eres. Hay, en cada gesto de cariño, un salvavidas a un niño perdido. Hay un rescate desinteresado de un alma escondida en la oscuridad. Y hay, en cada sonrisa que ofrezco y cada mano que tiendo, un reconocimiento y un agradecimiento, a quienes me abren un resquicio en las puertas de sus vidas.

Les reconozco y les agradezco aquí que hayan rescatado a un niño perdido. Que lo hayan acogido y le hayan recordado, que cada persona que nos rodea, convive con sus fracasos.

Que todos tienen su lucha, que todos tienen sus miedos, sus daños y sus errores. Que todo el que pide un abrazo u ofrece dos besos, te reconoce en su necesidad, que aportas una tenue luz a la oscuridad en la que sobreviven. Que a veces es trabajo y otras muchas sus relaciones. Que sobreviven como pueden y como buenamente saben.

Y aquí, en estas líneas me recuerdo y les reconozco, que hayan rescatado a un niño perdido, que ahora sabe a ciencia cierta lo que siempre fue, aunque a veces lo olvidase. Y hagan daño o no, tendrán siempre mi sonrisa, mi mano y mi lealtad incondicional.

Porque nadie puede cambiar las miserias con las que cada uno convivimos, pero siempre fui hábil al reconocer lo bonito en las aventuras de la vida. Somos un instante y un suspiro, y en ese “verte así” de aquella preciosidad indescifrable está la razón para no perderse. Vivir, conversar, bailar, sonreír, acariciar y besar a alguien, abrirle un resquicio en las puertas de nuestra vida, decirles lo que sientes sin esperar lo que obtengas.

Porque nunca sabemos si un pequeño gesto, o una sencilla palabra, puede ser un salvavidas, para el alma de un niño perdido…

A Pipo y a los niños perdidos… by Juan José García Gómez is licensed under CC BY-NC-ND 4.0

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