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Sueños que caben en una mochila…

15 agosto, 2011

Rescaté hace un rato “Peregrino”, de Luis Cernuda, que durante muchos años inspiró mis sueños, juveniles y alocados, de viajes y libertad. Sueños vestidos de mística y soledad, en los que la vida era un camino, y los días se medirían por los kilómetros recorridos. Siempre me gustó imaginarme así en un futuro no tan lejano, anciano y lleno de cicatrices, cada una con su propia historia, con su propio nombre, alejado de ruidos mundanales, de horarios y ataduras. Los años, y quizás los sobresaltos con los que la vida te despierta de tus sueños, se encargaron de ir restándoles las fuerzas propias de la juventud y llevándome por aquellos pasos que consideré lógicos, aunque nunca he llegado a averiguar del todo, si fui yo quien los vistió de lógica, o fueron los demás quienes lo hicieron por mí.

Y aquí estoy, rescatando viejos sueños, que aunque lejanos ya, siempre fueron de inspiración. Leo con especial atención los perfiles de aquellos grandes viajeros que pudieron dejar atrás las normas establecidas, las ataduras sociales y sus compromisos emocionales y se mantuvieron en el camino, llenos de sueños, devorando kilómetros hasta la extenuación, buscando imposibles, y cuyas vidas fueron epopeyas en sí mismas. ¿Cómo lo consiguieron? ¿Cómo dejaron todo atrás, sin importarles nada, ni nadie? ¿Cómo salieron a andar, tan sólo con lo puesto?

Y justo ahí es dónde entran en contradicción los sueños y los sacrificios. Estaría dispuesto a sufrirlos todos y cada uno de ellos menos uno. Creo, sin temor a caer en la prepotencia que podría sacrificar aquellos bienes materiales, aquellos bienestares de la sociedad de consumo, que podría vivir casi con lo puesto, disfrazado de Diógenes, intentando emularlo ante Alejandro Magno, con el único deseo de ver el Sol un día tras otro, con su atardecer como mi única posesión. Pero, uno de ellos se me antoja imposible. ¿Cómo dejar todo atrás sin hacer daño a nadie? No pienso obviamente en las relaciones sociales, sino en el nido. ¿Cómo anteponer el egoísmo de mis sueños al sufrimiento de unos padres al ver como su hijo elige un camino extraño, diferente, alocado y soñador?

Y es entonces cuando mis sueños se desvanecen. Una vez los desvaneció el paso de los años, el fin de la juventud, y ahora chocan contra una roca que es imposible de resquebrajar. Jamás realizaría tal sacrificio. Dejarlo todo sí, pero no me corresponde derecho alguno, ni siquiera en mi egoísmo, para anteponer mis sueños al sufrimiento de aquellos a quienes quiero y debo tanto, o todo.

Hoy al despertar sentí desasosiego. Ese es mi sueño y no puedo cumplirlo. Quizás por eso mismo sea un sueño, quizás por ello sean estos tan efímeros y extraños. Nos evaden de la realidad, idealizamos aquello que no tenemos y que se desvanece al despertar. Esta vez sin embargo, lo compartiré aquí para poder recordarlo siempre cuando despierte. Podré evadirme así en los momentos de necesidad, esperando iniciar un camino sin destino, cuya única norma sea parar siempre a la misma hora, aquella en la que el Sol se esconde, y la realidad, silenciosa y humillada, arrodillada ante el majestuoso espectáculo del ocaso, deja paso a nuestros sueños.

Allí estaré entonces, con una mochila y una estera. Con algo de agua y una hogaza de pan. No habrá morada ni cobijo más allá de los que encuentre en el camino. Ese será al único al que pueda denominar hogar. En la mochila viajarán tan sólo los recuerdos, quizás alguna fotografía que evite que los años y las cicatrices borren de la memoria la imagen de los pocos seres que podemos llamar queridos, sin desmerecer tal adjetivo. Las únicas fronteras serán los abismos en la senda, los acantilados que dan paso al mar. Al llegar allí daré la vuelta y no volveré sobre mis pasos. Zigzaguearé buscando nuevos senderos, sin incertidumbres ni torpezas, con la única pretensión de seguir andando.

Escribiré de vez en cuando, contando a quien espere noticias aquello que vi. Compartiendo en la distancia que hay vida más allá de la establecida. Reflexionando sobre la ausencia de necesidades y el peso de los sacrificios. Describiré en las cartas cada paisaje que vea, cada uno de los atardeceres que contemple, de entonces al último. Veré el mundo como nadie lo ve. Mezclaré culturas en un pequeño cazo de hojalata, y ellas, y el ansia por conocer, serán mi único sustento. Llegaré a donde tan sólo los grandes nombres de la antigüedad llegaron. Mi vida será una epopeya, una Ilíada y una Odisea. Merecerá la pena vivirla y a nadie importará cuando me vaya, pues aunque a veces lo olvidemos, no somos nada más que hombres en el transcurso de los tiempos. No somos nada, ni nada quedará cuando el tiempo implacable borre el recuerdo de los que nos sucedieron.

Al lado de las imágenes conservaré un trozo de papel y algo con lo que anotar en él, indeleble y ajeno al paso del tiempo, los nombres de aquellos con quienes compartí mis pasos. Nada más tendrá cabida en la mochila más que la vida, salvo lo descrito y una nota por nombre, un recuerdo inmortal en mi alma, por cada uno de ellos. Y la primera de ellas, la que buceando en los textos de Cernuda, me invitó a soñar despierto hace un rato…“Después de todo, el tiempo que te queda es poco, y quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida”. Así no olvidaré cada mañana que nada necesito más que el camino. Que nada me resulta más necesario que las ganas de emprender la marcha sin destino tras cada amanecer. Así querría vivir, así lo sueño, ajeno a todo, egoísta y persiguiendo atardeceres, así lo haré cuando pueda hacer frente al único sacrificio que me atenaza. Mientras tanto, creo que no vivo, tan sólo espero…

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Gracias por una sonrisa ingenua de vez en cuando…

24 julio, 2011

Ha pasado mucho tiempo desde mi última visita, y aunque varias ideas rondasen mi cabeza, es posible que lo vertiginoso de mis días y la ausencia de un mísero reposo en el transcurrir de sus horas durante los últimos meses, evitasen que me sentara a escribirlas debidamente. Y ha sido precisamente una que no esperaba, la que me trae de nuevo hasta aquí. Así debía ser supongo, porque las historias que os conté, siempre fueron inesperadas, y así espero que sean las que estén por venir. Prometo que aunque espaciadas en el tiempo, seguirán cayendo, aún con cuentagotas, porque sé de buena tinta, que algunos contáis cada una de las letras que intento compartir.

Hoy pretendo presentaros a alguien, a la que muchos conocéis a buen seguro, y que no me apetece que el resto os quedéis sin conocer. Apenas hace un par de años que superó la mayoría de edad, y sigue ahí, cariñosa como siempre. No destaca, y suele mantenerse al margen. La mayoría de las veces mira inquisidora, esperando el saludo, y aunque puede que no se lleve las primeras miradas, el viernes pasado se ganó durante largo tiempo mi atención. Se llama Natalia, y podéis reconocerla sin dificultad. Rara vez la veréis sin la compañía de sus padres, así ha sido desde que nació, aunque volveré sobre ello más adelante. Con su nombre y el dato de su sonrisa, que va siempre de oreja a oreja cuando busca un interlocutor, no tendréis problemas al reconocerla si alguna vez tenéis la fortuna de de llamar su atención.

Natalia nació hace dos décadas, y aunque ya lo hiciera con su sonrisa, también lo hizo con un adjetivo, que debiera ser insignificante. A veces he pensado en imaginar la cara de unos padres cuando escuchan «Síndrome de Down». Supongo que al menos, el paso del tiempo ha querido enfriar con tecnicismos la sentencia de adjetivos menos agraciados y que se escucharon en el curso de nuestra historia, médica, humana o sencillamente, llena de crueldad. Supongo que fue más fácil escuchar esa expresión que la de «subnormal», «mongolo», «idiocia» o «niño inconcluso» con la que muchas personas como Natalia fueron etiquetadas hace apenas cincuenta años. No quiero ni imaginarme en tiempos del medievo, pues posiblemente, aquellos que se otorgaban la palabra de Dios, hablarían de brujas y no dudarían en anular la condición de «semejanza» entre los hijos de Dios, para justificar ante los vecinos, que los maleficios divinos y lo pecaminoso de sus actos, incluso antes de nacer, justificaban aquellos nacimientos de vez en cuando. Aquello, como muchas otras cosas, quedó atrás, y hoy al menos vestimos las cosas de una forma más digna con otras palabras, que no dejan de ser adjetivos, que los demás no traemos al nacer.

Pero Natalia lo trajo, y aquellos padres, debieron escucharlo en algún momento. Supongo que no fue fácil, pero ahí están, siempre disponibles, siempre atentos, en compañía, sacrificados sin queja ante aquellas necesidades que Natalia no puede satisfacer de forma totalmente autónoma. Cuentan también, por supuesto, con la ayuda de los dos hermanos de Natalia, y con muchos a los que ella puede llamar amigos, que siempre la han tratado de igual a igual, sin ningún tipo de contemplaciones. Allí estaban también, como digo, sus padres, sentados el viernes, mientras caían las cervezas y surgían las conversaciones, que camaleónico, con uno de mis ojos y uno de mis oídos seguía con atención. La otra mitad de mis sentidos iba centrando progresivamente su atención en nuestra protagonista.

Jugueteaba con su móvil, sonreía de vez en cuando y mantenía conversaciones en la tranquilidad de su más que posible ignorancia. Sonaban a melodía, o sería que la tranquilidad de la noche invitaba a imaginar. Estaba allí, feliz, en sus mundos sin miseria, sin crisis y sin problemas, ajena a nuestro acelerado mundo, como si no quisiera molestar, como si no pretendiera interrumpir lo más mínimo nuestras sesudas sentencias acerca del estado de este alocado mundo que tenemos la suerte de disfrutar una vez, durante unos cuantos años y hasta que la muerte nos separa de nuestros seres más queridos, y de nuestros más estúpidos y preciados bienes materiales. ¿Para qué iba a interrumpirnos si muchas veces no queremos escuchar?

Y pensé, y dejé de hablar unos instantes en que sólo la miraba. Lleno de envidia y al mismo tiempo, de satisfacción. La vida es justa vine a pensar. Y en sus tremendas injusticias, y en las líneas torcidas con las que Dios escribe sus renglones, de vez en cuando surge algún destello de luz. Natalia es uno de ellos. Lo que la rodea es otro, si cabe, más intenso y luminoso aún.

Natalia pasará por esta vida ingenua y sonriente, respetando aquello que cité una vez «La vida nos enseña que no podemos ser felices sino al precio de cierta ignorancia». Vivirá muchos años más en la compañía de aquellos que han sabido guiarla desde el comienzo de sus días, de aquellos mismos a los que ella ha enseñado alguna que otra lección que no olvidarán en su vida. Vivirá llena de inocencia, porque aunque algunos lo dudéis, la inocencia sigue existiendo. Los demás la perdemos a base de palos, de ostias y de corazones destrozados, de estupideces, de traiciones, de discusiones, egoísmos, envidias y las más sucias miserias de la existencia humana. Viviremos en la compañía de nuestros egos, engrandecidos por nuestros más sofisticados conocimientos. Discutiremos y pelearemos, olvidando que en el transcurso de miles, de millones de años, no seremos más que polvo que durante un miserable suspiro estuvo lleno de vida. Perderemos el tiempo que se nos ha ofrecido, lo desperdiciaremos más bien, preocupados ante situaciones que ni siquiera merecen nuestra atención.

Y ahí radica el rayo de luz de Natalia. Ella no, ella tendrá la enorme suerte de no vivir así. Vino con un adjetivo y una enorme sonrisa que ni las afiladas cuchillas de las agujas del tiempo han podido cercenar. Esa es su lección, la misma que me enseñó el viernes o yo me empeñé en imaginar. La sonrisa es la expresión de la felicidad, y Natalia no la pierde, al contrario, la ofrece y la comparte, siempre…

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Vientos de tormenta y nada más…

12 abril, 2011

Llevo tiempo queriendo escribirte, pero casi había olvidado cómo hacerlo. Supongo que entenderás mejor que nadie que a veces es demasiado complicado pedir perdón. Suele ser uno de los actos más humanos, y también, al mismo tiempo, uno de los más difíciles. Por eso había preferido olvidarte antes que humillarme en la disculpa. Pero bien sabes, mejor que nadie, que no era por no desearlo sino por su extremada dificultad.

Y aquí estoy, escribiéndote al fin, pidiendo disculpas por haberte olvidado, y por haberlo pospuesto durante tanto tiempo. Dicen que más vale tarde que nunca, y aunque sean míseras justificaciones y suene a vagas promesas, prometo no volver a hacerlo. No volverás a ser segundo plato ni refugio de mis desdichas. No volverás a recibir una carta parecida, no será necesario, no volveré a abandonarte porque lo cierto es que tú, nunca lo hiciste.

Buscando referencias con tu nombre, descubro que la vida quizás no te ha tratado tan bien como debería. Eres sinónimo de egoístas, de necios, de tiranos, y déspotas. Tu nombre resuena en los peores tratados, y en las páginas más oscuras de los más preclaros filósofos. Ellos pasaron a la historia, y allí permanecerán por los siglos de los siglos, a costa de mancillar tu fama y escribir en grandes letras tu nombre en la diana a la que dispararon sus más certeros dardos.

No pretendo subsanar los errores que otros cometieron, aunque al menos, quiero que tengas en cuenta mis disculpas, por si en algo alivian el sufrimiento que te han hecho padecer con las duras palabras que adornan sus citas.

El motivo de mi abandono es el mismo de mis disculpas, tu forma de ser, que castiga y premia por igual, y que Charles Ducios resumió, «El orgullo es el primero de los tiranos, pero también el primero de los consuelos». Y es que, bien saben los que me conocen, cuántas veces renegué de ti, las mismas que llené mis labios con tu sonido, exhibiéndolo altivo mientras seguía mi camino.

Y así eres, cruel déspota y tirano cuando en su dolor el hombre se atormenta. Y fiel, siempre fiel, en la adversidad y en la buenaventura, acudiendo presto al consuelo, cuando la tormenta pasa y a su rastro queda sólo la tierra quemada por los sentimientos destrozados.

Pero esa fidelidad es la que premio con mis disculpas, reconociendo en mi humillación que aunque fueron incontables las veces que te negué, cual Judas Iscariote, no fueron menos las que te mencioné ni las que lamenté haber olvidado tu nombre. Y aquí estoy, de nuevo, humillado en la disculpa, y celebrando al fin que haya recordado el sonido de tus letras, tendiendo la mano, para que dentro de mucho tiempo, cuando necesite tu consuelo, acudas a mí como siempre hiciste, levantando mi frente, y acompañándome, altivos los dos, a buscar verdes pastos que arrasar en la próxima tempestad.

Las habrá, y de la mano del orgullo, orgulloso de haberlo reencontrado seré yo el viento que arrase, y no el pasto que espere dócil e inmóvil a que lo arrasen. «Soy un viento que arrasa egoísta con todo lo que le preocupa, caiga quien caiga, y arrase a quien arrase», dije una vez, y engreído y altivo menosprecié y relegué al olvido a quien me acompañaba fiel, justo aquel que lo provocaba, tú, mi orgullo.

Mi orgullo, aquel que como en la guerra deja a su paso víctimas inocentes. Seguro que alguna vez, influenciado por tus cantos de sirena, dejé inocentes por el camino al soplar mis vientos de tormenta. Seguro estoy, que más de una de aquellas inocentes y silenciosas víctimas mereció otro destino y otro final, incluso más seguro estoy de que alguna mereció un nuevo comienzo. Pero ahora, amparado en tu reencuentro, me reafirmo en la tremenda injusticia que provocan las guerras y tu nombre. Son inocentes, víctimas necesarias de la crueldad del despreciable ser que es el humano. Pero su condición de víctimas las convierte en silenciosas, están, y posiblemente merezcan el recuerdo, pero nada más. Fueron daños colaterales de una guerra que no estaba dispuesto a perder, aquella que exponía mis sentimientos a las fauces de la vida. Y antes que caer, preferí que cayesen. Y así, caídas, al menos permanecen calladas, en silencio, en mis recuerdos, y nada más. Y en esa guerra, tú, mi orgullo, fuiste siempre consuelo y aliado, lo suficientemente tirano como para no permitirme la derrota.

Alguien que es más importante que el tal Ducios te ha renombrado, cambiando tu sonido por el del amor propio. Ha sido el detonante para que acuda a tu perdón. Me conoce bien, y posiblemente tenga razón al renombrarte. No cambia nada, sea cual sea tu envoltorio, el resultado será el mismo, cabeza altiva, nuevos senderos, tierra quemada a nuestro paso, víctimas, merecidas o inocentes, pero silenciosas. Caídas y calladas aún en el recuerdo. Vientos de tormenta que arrasan con todo aquello que no demostró su valor o un mínimo de merecimiento. Vientos huracanados que soplan dos nombres, el tuyo, y el mío. Quizás sinónimos. Orgullo, nada más…

Nota: No hay nada entre líneas en este texto. No hay víctimas recientes ni ajustes de cuentas. Tan sólo una intención de pedirle perdón a alguien, mi orgullo, del que renegué mucho tiempo hasta darme cuenta de que es tan necesario que no hace falta castigarse por ello. Deja víctimas, pero siempre está. No lo olviden, no lo exhiban demasiado al mismo tiempo, déjenlo apartado si quieren hasta que sea necesario. Pero tengan por seguro, que así será. Volverán a necesitarlo cuando menos lo esperen

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Por si lo olvido…

14 febrero, 2011

Quiero que recuerdes estas palabras por si algún día las olvido. Quiero que leas y recuerdes, por si alguna vez soy incapaz de decírtelas, o por si finalmente me resulta imposible hacerlo. Quiero que las retengas, que pienses en ellas, que las hagas tuyas y que las guardes para siempre. Anótalas en un trozo de papel y escóndelas en un cajón cercano a la cabecera de tu cama, por si alguna vez te acuestas triste, o simplemente, quieres rescatarlas del olvido. Grábalas en la piedra más dura de los rincones de tu memoria, para que nunca las olvides, porque son tuyas, porque para ti escribo ahora.

No te conozco aún, pero he perdido tanto tiempo en imaginarte, que posiblemente te asustarías al saberlo. Me he preguntado sin descanso cómo sonará tu nombre al pronunciarlo y cómo será tu voz. Te he imaginado apareciendo en mi vida en todas las situaciones que me han sido posibles. Me he preguntado tantas veces cómo serás físicamente, que ya casi no me importa saberlo. Tienes todas y cada una de las caras que me ha sido posible inventar. Sé a ciencia cierta, quizás lo único que sé, que sonríes sin descanso, que te encanta hablar y que te vuelve loca que te cuenten cuentos disfrazados de historias. Es eso lo que hago continuamente, es justo eso, lo que estoy haciendo aquí.

Como te he confesado, aún no te conozco, ni a ti, ni a tu aspecto, tu voz, tu nombre, tu edad o tu apariencia. No sé desde donde vienes, pero me encantará que averigüemos a donde iremos. Será un largo paseo, con tramos difíciles, y también sencillos senderos. Habrá sonrisas, y también por torpezas mutuas, alguna que otra lágrima; te mentiría si prometiese lo contrario. Y los recorreremos de la mano, aunque aún desconozca el tacto de la tuya. Lo imagino, pero aún, como ya sabes, lo desconozco. De la mano lo haremos, porque no pienso soltarte una vez que te encuentre. Jamás, por más vientos, tempestades y cantos de sirena que azoten nuestros pasos. No me harán falta ceremonias ni papeles que confirmen lo que digo, tan sólo tu mano, esa cuyo tacto desconozco.

Y caminaremos, y te contaré cuentos mientras lo hacemos con la única exigencia de verte sonreír y que no me sueltes la mano. No habrá más, y aunque muchos digan que el amor es incondicional, esas dos exigencias serán innegociables. Estaré siempre, y te permitiré que me lo recuerdes si alguna vez parezco olvidar mis promesas. No será fácil cumplirlas, veo como caen continuamente las que muchos, antes que nosotros, se hicieron. Pero nosotros lo haremos, porque a veces no lo conseguí, y esta vez, no pienso repetir cierto tipo de errores.

Mientras tanto, espero a que aparezcas, llenando mi tiempo con historias que contarte. Acumulo experiencias y renuevo continuamente quién soy aprendiendo de los que llegan, de los que estuvieron, y por supuesto y para siempre, de los que nunca se fueron. Los conocerás a todos, porque hablo de ellos sin parar, y tú no serás una excepción. ¿Cómo podrías serlo si aún sin conocerte ya le estoy hablando de ti al mundo?

Viajo y recorro en solitario multitud de senderos, seleccionando aquellos que no permitiré que se queden sin conocerte. Están preparándose también, tendiendo alfombras para tus pies, acondicionando rincones donde sentarte, hablarte y desnudarte, furtivos, a escondidas, y sin más descanso que el que los abrazos te permitan.

No te conozco aún, pero te he imaginado tantas veces, que no me creerás cuando te lo cuente. Pensarás que es una más de mis historias, que intento engatusarte con palabras vacías. Puede que no me creas cuando te lo diga, y por eso quiero que retengas estas líneas, que no las olvides, que las guardes y las tengas presentes cuando aparezcas. Quiero que mientras tanto, sigas viviendo, pero aunque aún no lo sepas, te espero sin buscarte para no entrometerme. Aparecerás, y cuando lo hagas, aunque jamás te haya visto, te reconoceré. Y quiero que entiendas ahora, que no podrás hacer nada para evitarlo. Esa decisión no depende de ti o de mi. Encontraré tu mano aunque me pase la vida entera esperándola. Cada vez que entregue la mía, estaré buscando la tuya. Y para que no lo olvides, para que lo tengas presente, para que lo recuerdes aunque olvide decírtelo o aunque no pueda llegar a hacerlo, aquí se queda. Anótalo, escóndelo en tu cajón, ahora es tuyo…

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Esa deuda no pienso pagarla…

13 febrero, 2011

Tengo contigo la peor de las deudas que mantengo con nadie. Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Acompañado de cualquier otro recuerdo, posiblemente fuera un día precioso. Y aunque nunca me permití revivirlo con tristeza, lloré tanto que me quedé literalmente sin lágrimas. Y parece mentira, que yo, que he llorado tanto y por cosas que pasado el tiempo me avergüenzan, sea ese el día que más lágrimas gasté. Las únicas, de todas las que recuerdo en los últimos tiempos, que mereció la pena derramar.

Tengo contigo la peor de las deudas que mantengo con nadie decía. Una deuda que no se paga, una deuda de sonrisa de circunstancias y abrazo sincero en el que no hace falta decir nada, porque se siente todo. El recuerdo más limpio y nítido de un día triste y precioso. Sensación extraña teniendo en cuenta que quien la provoca, ha estado presente en días de mi vida que apenas puedo contar con los dedos de una mano.

Y no pienso pagarte esa deuda. No ahora, no en mucho tiempo te lo advierto. No concibo otra manera, y espero que vosotros tampoco. Y todo esto es lo poco que tengo que decir al respecto, porque sobran las palabras, y por mas que pudiera decir, no cambiaría nada.

Me avergüenzo de la inmensa mayoría de mis lágrimas. Me parecen ya tan lejanas y triviales, tan circunstanciales y puntuales, tan estériles e inútiles, que no es que no merecieran la pena, sino que directamente son absurdas. Un día, supongo que me di cuenta, y volví a aprender lo que siempre supe hacer, vivir y sonreír. Y me encantó hacerlo y volverlo a descubrir. Sé que el mérito no es mío en realidad y sin duda se lo debo, a que gracias a Dios, o a quien quiera que sea, siempre tuve una vida fácil y tranquila. Nunca hubo una prueba de fuego, ni una prueba de verdad. Nunca hubo un golpe duro, ni me robaron nada ni a nadie a destiempo, ni a mi, ni a nadie de los que me importan. Todo ha ido siempre como la gente sueña que vaya, siguiendo su curso sin sobresaltos, como muchos envidian y pocos disfrutamos.

Así que hoy, analizando el día, y mirando atrás, rescaté de entre los recuerdos de mi vida, uno de aquellos días que aparecen en la mano con la que cuento. Eras tu, mi deuda y tu abrazo. Y salvo lanzarte uno de ánimo y palabras que se llevará el viento, y repetirte que le des uno enorme de mi parte a quien quizás no tuvo una vida fácil y sin sobresaltos, pero que siempre siguió dando pasitos hacia adelante sin queja ni rendición, quien os llevó hacia delante de la mano y entre sonrisas, no puedo hacer mucho mas. Quizás preguntar de vez en cuando que tal va, y quizás dejar pasar el tiempo para admirar como también rodea esta zancadilla del destino y sigue tendiéndoos la mano con una sonrisa, llenando vuestras vidas de buenos momentos.

Irá bien. Nadie puede apostar por ello pero irá bien. Esperamos que así sea, más que nada, porque no pienso rescatar esa sonrisa y ese abrazo de mis recuerdos, y pagarte esa deuda. No ahora, no en mucho tiempo. Te la debo, y te la adeudo, y es ley de vida que un día tenga que pagártela, pero no pienso hacerlo ahora, me niego. Quizás en muchos años, quizás en mucho tiempo…mientras tanto, sonríe y haz que sonría, mientras tanto, no la olvido y te la debo…

El último de los textos que me quedaba por actualizar. Puede que algún día suba algún texto de los largos que tengo escritos, aunque sea por capítulos, pero, a partir de este texto, todos los demás ya estaban en el blog anteriormente. Está escrito en mayo de 2010 (la entrada inaugural del blog es de julio de ese año), a una niña con una sonrisa tan linda que me sería imposible describirla. Una mala noticia, una cruel enfermedad que azota a su madre desde entonces. Una deuda en forma de abrazo que no tengo intención de pagar. Ahí siguen, luchando, y aunque difícil, sigo rezando por no tener que pagar aún esa deuda. Que os guste, que os anime, y recordad que mientras la vida no os golpee para lo contrario, debéis sonreír sin descanso.

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A las cunetas del destino…

12 febrero, 2011

Siempre me gustó viajar solo. A veces puede parecer triste, y lo cierto es que en realidad siempre es egoísta, pero nunca pude cambiar lo que soy, bien lo saben algunos de los que me sufrieron y se quedaron por los senderos de mi vida derrotados en sinuosas cunetas y rendidos ante la evidencia de mi testarudez.

Al viajar solo, encontraba mi espacio, aquel que siempre exigí. Podía pararme donde quisiera y cuando yo decidiera. Nadie molestaba y podía abstraerme en mil pensamientos que pueden no llevar a ningún sitio.
Estos días he adquirido deudas que difícilmente podré ya pagar. Me gustaría, pero posiblemente, no pueda.

Viven en San Fernando, y durante varios ratos fui incapaz de recordar sus nombres. Y al acostarme, castigando mi maldita memoria, al final concluía que mas allá de los nombres, lo único cierto es que estaban. Cuando se fueron, como sucede con todos aquellos que quedaron por las cunetas, y como sucederá con todos aquellos que aún hoy me acompañan pese a mis errores constantes, lo único que sentí fue tristeza. No tenía una imagen con ellos para poder recordarlos siempre, contando a aquellos que estén por venir, las historias que escribieron en mi vida los que les precedieron.

Y así, caminé de vuelta hacia mi pequeño hogar de los últimos días. Iba acompañado, pero por uno de mis errores frecuentes, la compañía caminaba demasiado lejos para escuchar mis pensamientos. Eran tristes y agradecidos y a un tiempo, porque si algo me habían enseñado, era que el placer de el viaje no está en los sitios sino en el camino, jamás está en las vistas sino en las compañías mas inesperadas. Viajar solo tiene su encanto, pero al final, de cada viaje, lo que queda siempre son los recuerdos, y en ellos, la compañía. Viajando solo te enfrentas a tus miedos, a tus complejos, a tus límites y tus extremos, y siempre pensé que yo los vencería. ¿Como he podido mentirme durante tantos años? Los he vencido a todos, uno tras otro sin descanso, pero nunca hubiera sido posible sin todos aquellos acompañantes de los senderos de mi vida.

Aquellos desconocidos han sido los últimos, pero aunque no lo sepan, y aunque no tenga una mísera fotografía, les guardo para siempre en la mejor y más nítida de las imágenes, la del recuerdo. Porque sin ellos no habría detenido mis acelerados y solitarios pasos, para pensar, que la mayoría de las veces viajemos hacia donde viajemos, siempre lo hacemos acompañados. Me alegraba de verlos al despertar, no solo no suponían molestia alguna, sino que aportaban cierto aire familiar aún aislado del mundo que acostumbramos a vivir. No me di cuenta de todo, hasta que se fueron.

Son un par de matrimonios de San Fernando, bien avenidos, de los que no guardo una foto y aún dudo al recordar sus nombres, pero a los que nadie, nunca, borrarán de mi memoria. De ellos aprendí a disfrutar el placer de las compañías inesperadas, de ellos aprendí que siempre hay rincones solitarios para estar en paz con mis egoísmos, pero de ellos aprendí a recordar sobre todo, cuanta falta hace la inesperada amistad sincera y sin exigencias cuando estás lejos de casa.

No iré a buscarlos, ni esperaré que llamen para venir a verme, no esperaré encontrarlos en ningún sitio, tan solo rezaré desde mi tremendo egoísmo, que los senderos que recorran en adelante sean cómodos e inesperados, tan solo esperaré que mantengan esa vitalidad que demostraron, ese cariño y esa generosidad, que lo inculquen a sus hijos, que lo cuiden, que lo cultiven, que jamás lo olviden, y que mientras recorren sus caminos, se encuentren de nuevo en el mío. Porque nunca estuvo en los sitios, siempre estuvo en cada paso del camino y aunque el poeta lo gritó, muchas veces lo olvidé…

Escrito a principios de abril de 2010. Había pasado unos días en uno de mis rincones favoritos, apartado de coberturas, medios de comunicación, y civilización en general. Días de campo y chimenea. Sin luz eléctrica ni más agua corriente que la del riachuelo del lugar. Viajar para alejarte de la rutina, viajar para conocer gente inesperada. Sin nombres ni identificaciones. Personas sin nombre, recuerdos imborrables.

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Tu, en tu ventana…

10 febrero, 2011

Nunca me gustó la presión. Creo que eso siempre lo tuve claro, aunque a veces me asalten dudas sobre casi todo. No puedo escribir nada que sienta, o que merece la pena, sintiéndome obligado. Es una sensación de angustia, como si supiera que al escribir no voy a estar a la altura de lo que quiero expresar, y al final siempre tome la decisión fácil: Huir y posponer.

No retoco, no pienso, no tomo notas, no releo, ni por supuesto, corrijo. Simplemente, dejo que las yemas de los dedos acaricien el teclado, y sale tal como tiene que salir. Y como en todo aquello que sientes, o en todo aquello que sale de dentro, la primera sensación es siempre la de inseguridad. No me suele gustar. Lo hubiera dicho de otro modo, o hubiera intentado redondearlo de otro. Y con el paso del tiempo, como pasa con los cuadros, cuanto mas los miras, mas te gustan y mas cosas descubres en ellos.
Así me pasa, y a veces, así le pasa a la gente que lo lee, y por eso sigo escribiendo de vez en cuando.

No elegí ese cuadro por ser de Dalí. De hecho, él me despierta otro tipo de cosas. Él, es el surrealismo. Y esa muchacha en la ventana, está tan llena de realismo, que eres tu. Y fue lo primero que pensé. Es normal que el subsconsciente te traicione y te haga analizar las imágenes según lo que te suceda en realidad. Te pasa cuando sueñas y buscas una explicación, y en ese sueño, al igual que en ese cuadro, también estás tu.

Y así, bajo presión, bajo obligación no podía expresar absolutamente nada. Porque en ese cuadro, hay una muchacha apoyada a una ventana entre dos mundos, entre el real y el irreal, entre la oscuridad de su habitación, de sus obligaciones, de sus miedos, de sus sensateces y su vivir sin sueños. Y allí, a lo lejos, lleno de claridad y vida, lleno de mar y costa, de atardeceres y amaneceres, ve el mundo de las ilusiones, el de los sueños, el de vivir al día y hacer los sueños realidad, el de anteponerlos todos y cada uno de ellos, a cualquier indicio de presión, a cualquier indicio de obligación.

Y así, fui remirando el cuadro, escudriñando a Dalí, y a su Muchacha en la ventana. Y por más que lo miraba, no podía dejar de pensar en la idea de que eras tu, hasta que lo confirmastes, y decidí no escribir nada sobre él. Así que, este es mi regalo, este es el motivo de mis presiones, esto es lo que no releeré y no retocaré.

Estas ahí, apoyada en tu ventana cada día. Estas ahí, de espaldas y extrañamente hipnótica y erótica en tus formas, en las físicas, y en las emocionales. Y no pedí que lo hicieras, y supongo, que volvería atrás para decidir de otro modo y evitar que llamases a la puerta y entrases sin pedir permiso hasta el comedor de la casa, donde se esconde mi alma tranquila.

Estás en tu ventana, en el cuadro, y en muchas de las cosas que hago al cabo del día, y en la inmensa mayoría de las que pienso desde que me levanto hasta que me acuesto. Para ti son mis buenas noches, y de tu parte vienen los buenos días. Y al escucharlos, me pongo la sonrisa, y salgo de casa a hacer mi vida.
No pedí que entrases, ni pretendí que lo hicieras, pero la muchacha en la ventana decidió salirse un día del cuadro, y llenar de vida las pinturas de mis días. Y ahí sigo, contemplándote en tu ventana, con los nubarrones que se ciernen y te obligan más de lo que deberían.

Escuchándolos e intentando cambiar tus agobios por sonrisas, en cada cosa que digo, y en cada sueño que te confieso. Con mi infinita paciencia y mis sueños ilógicos e ilusos. Y a veces, no lo consigo, e incluso te agobio mas sin pretenderlo. No es esa mi intención, solo quiero que sonrías, aunque cada noche al acostarme, me entregue irremediablemente al mismo sueño: Un día, cruzas la ventana, apartas de un plumazo los nubarrones y te vienes a vivir y a que te vea despertar cada mañana. Un día, dejas de ser la niña del cuadro, y te conviertes en la de mi cama. Y ahí seguiré, porque no se trata de paciencia, ni de ganar o perder, no se trata de nada de eso. Siempre, de lo único que se trató, fue de soñar. Y mientras tus nubarrones, tus presiones y obligaciones no te lo permitan, no te preocupes al dormir…ya sueño yo por los dos…

Lo curioso del paso del tiempo radica generalmente en su rapidez. Mañana hará un año justo en que le escribí esto a alguien que no atravesaba su mejor momento. Me gusta el texto porque responde a la preguntas que a veces me hace la gente: ¿Cómo escribes así?. Pues como lo explica el texto, tal y como sale, y tal y como sale se quedan escritos, para que los aproveche quien pueda, o quien quiera hacerlo

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Que os merezca la pena…

9 febrero, 2011

¡Vuela!. ¡Camina y sonríe!. ¡Vive, llora y canta!. ¡Enamórate mil veces en silencio y nunca pares de hacerlo en público!. ¡Sueña!. ¡Quédate sin aliento!. ¡Cánsate de no parar!. ¡Ten miedo!. ¡Baila hasta el amanecer!. ¡Emborráchate hasta que no sepas ni quien eres!. ¡Viaja, sueña dormido y sobre todo, despierto, y no pares de hacerlo nunca!. ¡Tropieza y levántate cada vez que lo hagas, aunque al principio te cueste mantener el equilibrio!. ¡Pide perdón, pierde tu orgullo cuando lo hagas, y perdona todo!. ¡Siéntate sin saber por qué, mira y escucha en silencio!. ¡Besa!. ¡Regala sonrisas!. ¡Escribe!. ¡Ama y llora siempre y solo por amor!. ¡Despierta en mitad de la noche sobresaltado por reencontrarte a aquel fantasma que creias olvidado!. ¡Di Te Quiero y no temas decirlo, y mucho menos sentirlo!. ¡Dilo una vez por cada una que te enamores!. ¡Mira a los ojos, siempre!. ¡Guarda recuerdos, no los olvides jamás, que en ellos estén tus mejores fotos!. ¡Sangra, siente dolor, curate y descubre que al tiempo no duele!. ¡Duda, elige, acierta y equivócate!. ¡Vive ilógico, sin rumbo y con pasión, hambriento y alocado!. ¡Aprende!. ¡Fracasa!. ¡Vence!. ¡Mira atrás y nunca te arrepientas!. ¡Llena tus dias de mágicos atardeceres!. ¡Suspira!. ¡Abraza!. ¡Siente!. ¡Dale a todo un toque inesperado!. ¡No pares de reir bajo ningún concepto!. En definitiva…¡Vive! y nunca dudes si merece la pena, nunca dudes por ilógico que parezca, y cuando mires atrás, piensa que tuviste una vida que mereció la pena vivir…

Texto extrañamente corto para lo que suelo escribir. Escrito allá por enero de 2010, es mas bien una pequeña serie de verbos enlazados. Una especie de guía para vivir, con las recomendaciones que humildemente considero necesarias e irrenunciables.

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Mis recuerdos replicantes…

8 febrero, 2011

Fue un momento tan breve que podría considerarse fugaz. Ella se sentó en su regazo y juntos vieron alguna de las fotos que se estaban realizando. Y fue un momento lleno de complicidad entre ellos, un momento al que nadie prestó atención, y que abrazado a mi inseparable cerveza me provocó un breve sentimiento de envidia, tan fugaz como el momento que lo provocó.
Recordando, recordé, que hace tan solo unos meses, aunque me parezca media vida, en la primera edición de nuestras quedadas camuflé con falsas sonrisas mi estado de ánimo. Recordando, recordé, que al mirar las fotos esta vez, las sonrisas eran de nuevo sinceras, como han venido siendo en los últimos tiempos.

Ha pasado apenas un año de aquella primera quedada, y podría contar tantas cosas, tantas subidas y bajadas que ni yo mismo lo creería. Tantos Juanjo distintos en tan poco tiempo que me parece realmente imposible.

Pero esa es otra historia, porque la que yo os contaba tenía como protagonista a la envidia. Fue gracias a esa pareja. Parece mentira pero han pasado casi diez años. No sé a ciencia cierta cuantos llevan juntos ellos. Pero han pasado casi 10 años desde que él comentaba con los niños lo buenas que estaban las niñas y ella era el objetivo de alguno de aquellos niños que jugaban al amor. Porque era eso lo que éramos hace diez años, unos malditos niños llenos de ilusiones. Y si yo en meses he subido y bajado tanto, imaginaos en 10 años lo que habremos vivido todos, y lo que habrá vivido aquella pareja, una infinidad de buenos momentos juntos, e innumerables malos recuerdos superados con esa complicidad que me hizo pensar, con esa complicidad que me llenó de envidia.

Porque es envidia lo que sentí. No solo de la pareja y su complicidad, un premio al esfuerzo de mantenerse tanto tiempo juntos. Sentí envidia de cómo os ha tratado a todos el tiempo. Sentí envidia de vuestras historias, de vuestras parejas, de vuestros trabajos y vidas encauzadas. De vuestros créditos y vuestras hipotecas. Vuestras bodas, vuestros sueños cumplidos y de todos y cada uno de los que os queden por cumplir.

Y así, lleno de envidia, me fui abrazado a mi cerveza por entre las sombras de la noche, mientras os montabais en vuestros coches para ir a descansar y continuar con vuestras vidas hasta la próxima quedada.

Y a la mañana siguiente, mirando de frente a la lluvia del mediodía de un domingo cualquiera y totalmente inesperado, revuelto en la resaca y entre sábanas que no me pertenecían, recordando, recordé todas y cada una de esas cosas que había pensado durante la noche.

Y pensé que aunque mi envidia era sincera, no era menos cierto, que precisamente en ella reside la felicidad que reflejan mis sonrisas. Mi vida es totalmente inesperada. Llena de tumbos, llena de sorpresas unas veces felices y otras no tanto. Alejada de cauces, de complicidades, de bodas e hipotecas, llena de sueños, casi todos por cumplir. Esperanzada, llena de experiencias inolvidables e incontables, tanto en número como en sus historias. Y recordando recordé, que siempre fui feliz así. Recordando, recordé, que como cantó Cernuda en “Peregrino”, sin mi Ítaca y sin Penélope. Con todas y cada una de mis bajadas, y definitivamente con todas mis subidas.

Y entonces recogí mis cosas, guardé mi envidia, me vestí de motorista solitario, me duché en la lluvia de un domingo inesperado para sacudirme mi resaca y me dispuse a seguir con mi vida, esa que a veces os envidia y otras se envidia a sí misma. Y pensé en lo maravilloso que quería que fueran para todos los diez años que estén por venir, y que al fin, más que envidia, os tenía agradecimiento. Agradecimiento por veros de vez en cuando, por veros bien y felices, por escuchar vuestras historias y contaros las mías. Por abrazarme a vosotros mientras abrazo a mis cervezas. Y sobre todo, sobre todas y cada una de las cosas, por formar parte de mi inesperada vida en mis recuerdos de juventud, por ser parte de unos recuerdos replicantes que muchos envidiarían tener. Por ser sencillamente y sin duda, parte de lo que me convirtió en todo lo que soy ahora. Por eso, gracias, y hasta la próxima quedada. Que la vida os trate inesperadamente bien…

Escrito originalmente allá por noviembre de 2009, le tengo un cariño especial a este texto. Empieza envidiando a una pareja (rota poco tiempo después) que llevaba junta desde tiempos en los que íbamos en el instituto. Termina confesando, lo mucho que aprecio el estilo de vida que llevaba entonces, y que ahora, aún sin tanta locura de por medio, sigo respetando fielmente. Independiente y sin ataduras, a veces alocado, mientras no afecte a nadie que me importe, y a nadie le importe. Vivo, al fin y al cabo.

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A veces merece la pena escuchar…

7 febrero, 2011

No volveré a verlos. Y posiblemente, si lo hiciera, tampoco los reconocería. Los encontramos mi primo y yo en un lugar perdido en Galicia llamado O Cebreiro. En verano, quizás tenga algo de vida, pero hace tan solo dos semanas, era una mísera aldea con una coqueta iglesia, un bar, una tienda de souvenirs del camino, un albergue a una quinta parte de su capacidad y unas vistas impresionantes. Eran de Jerez, un padre y su hija de trece años. Venían desde más allá de Roncesvalles, y los 150 kilómetros que nos separaban de Santiago eran para ellos el suspiro final de un largo y tortuoso viaje y para nosotros un ameno pasatiempo a punto de comenzar.

«El camino tiene algo mágico, algo místico, ojalá os de tiempo a encontrarlo», dijo, y confieso que busqué los ojos de mi primo buscando complicidad al sarcasmo engreído de un joven hace ya tiempo difícil de convencer para casi cualquier cosa. Una sonrisa maliciosa casi se mofó de aquellas palabras en mi interior. Mal hecho, me quedaban 150 kilómetros y 6 días para arrepentirme.
Al final de la primera y larga etapa, mi primo Victor se retiró hacia Madrid. Se había lesionado un pie, y casi agradezco que así fuera. Me apetecía llegar a Santiago en su compañía, y pasar tiempo con él. Pero su marcha me comenzó a descubrir El Camino, justo aquello a lo que se refería seguramente aquel buen jerezano.

Me descubrió el placer inesperado de conocer gente sin ninguna excusa, por el simple placer de compartir tiempo. Me recordó el placer de disfrutar de los pequeños momentos de tranquilidad. Me enseñó que en circunstancias alejadas de nuestra rutinaria comodidad, la mayoría de la gente está dispuesta a ayudar o a recibir ayuda sin desconfiar del que la ofrece.

Me descubrió rincones donde sentarme a pensar, y donde poder conocer a un Juanjo que apenas recordaba. Rincones rodeados de impresionantes paisajes capaces de dejarte sin aliento. Rincones oscuros y luminosos a un tiempo. Me ayudó a disfrutar sinceramente de la soledad. No a aprender a vivir con ella no, sino a disfrutarla. A tomar tiempo no solo para pensar, sino para disfrutar de ti mismo. Y paradójicamente, aún quedándome solo, me hizo sentir en más compañía que en toda mi vida, que en todos y cada uno de los momentos que pueda recordar. Compañías sinceras, extranjeras, desconocidas. Compañías de 60 años para comer y cervecear, para pasar los ratos sin sufrimiento al caminar. Cada día gente distinta. Como en los chistes. ¿Dónde van una coreana, una canadiense, un malagueño afincado en Mallorca y un sevillano? A Santiago, acompañados de sus soledades y sus pensamientos, a encontrar la mística del camino.

Aquella de la que habló el primer amigo desconocido. Aquella de la que me reí como quien ríe cuando escucha hablar de espíritus. La misma mística que te llena de euforia y vacío al alcanzar la plaza del Obradoiro. Has alcanzado el objetivo, felicidades, y ahora, vuelve renovado a la normalidad. Vuelve lleno de experiencias y recuerdos al vacío del día a día. A los coches, a las clases, al trabajo, a los atascos, a la gente que no es capaz ni de saludar a un desconocido por la calle aunque se lo cruce cada día a la misma hora. Vuelve a la vida real, aunque siempre pueda recomendaros, y quedar esperanzado en repetir, la experiencia de encontrar una mística de la que dudé entre sonrisas silenciosas y maliciosas.

«El camino te cambia» dijo, y se retiró a dormir. No volví a verlos, y posiblemente no vuelva a hacerlo. Pero si veis a un hombre mayor, acompañado de su hija pequeña, pedidle perdón de mi parte. Encontré mística. Otros encuentran religión, aunque creo que lo religioso del camino está en lo espiritual, en pasar tiempo contigo mismo.

Y si alguna vez vuelvo a verlos para pedirle disculpas yo mismo, sinceramente, espero hacerlo caminando hacia Santiago. Por allí andaré de vez en cuando, por si queréis encontrarme, porque allí dejé una parte de lo que yo creía que era.

Nota: Allá por Noviembre de 2009 me apunté al plan de mi primo de hacer el último tramo del Camino Francés a Santiago, con salida en O Cebreiro. Una experiencia altamente recomendable

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