No olvidéis…
Lo olvidamos. No lo recordamos casi nunca, y cuando sucede algo inesperado, es cuando nos damos cuenta fugazmente, de la extrema delgadez de la línea que separa la vida y la muerte.
No es ni siquiera una línea, quizás un trazo débil, una especie de boceto hecho a lápiz por la caprichosa mano del destino. Un boceto digo, que está ahí, rodeándonos en nuestras rutinas que tan por sentado damos. En nuestras relaciones, en nuestros objetivos, en nuestras ilusiones y planes de futuro, e incluso, estuvo rodeando todas y cada una de las escenas que hoy en día dibujan nuestros recuerdos.
Es una línea, de un trazo tan débil, aquella que separa la vida de la muerte, que un simple soplo de aire puede borrarlo de un plumazo. Pero no nos damos cuenta, no lo recordamos nunca, y seguimos viviendo en el lado de la vida, con sus alegrías y sus miserias, sin tan siquiera pensar en lo tremendamente cerca que normalmente tenemos la muerte, en lo débiles que son los caprichosos trazos del destino, en la extremada fragilidad de la construcción del castillo de naipes que en definitiva es nuestra vida, donde cada piso es una etapa, y en cuyo ático residen nuestros sueños y aspiraciones.
Y lo olvidamos, y elegimos vivir sin ser conscientes de ello, porque de otro modo, viviríamos sumidos en una continua angustia que tampoco tendría mucho sentido. Y lo olvidamos todos, y por eso no puedo culparos, porque, normalmente, también lo olvido yo.
Una mañana cualquiera, te levantas, pensando en cómo será tu día. A dónde debes ir, para hacer qué. Como harás aquello, y como afrontarás lo otro. Haces unas estimaciones, sobre a quien verás y a quien no. Concretas un par de cervezas, para poder buscarle hueco en tu agenda. Eliges los acompañantes. Calculas horarios, para saber donde debes estar y cuando. Y aquello que no estás obligado a rellenar, lo dejas al azar, o simplemente, para ocuparte ahí de tus aficiones o tus lúdicas rutinas. Ingenuos de nosotros, que en nuestro “enorme dominio” de nuestras vidas dejamos un hueco al azar, cuando es el azar el que decide, lo que harás y lo que no, no ya un día u otro, sino quizás nunca jamás. Y así pasan los días, y van pasando los años en el mejor de los casos, para los que somos afortunados de seguir del lado de la vida. Planeados un mínimo, organizados hasta el extremo, aunque se nos llene la boca diciendo que somos libres, y que elegimos la vida que queremos vivir.
E inesperadamente, un día te levantas, y todo sale como suponías que saldría, hasta que de repente sucede algo que te hace darte cuenta, de lo frágil de las líneas, y de las crueles decisiones del destino y del azar. Gracias a Dios, o a quien quiera que decida por nosotros. Gracias al azar, o al propio destino, llamadlo como queráis, simplemente sigues del lado de la vida. Magullado pero entero. Dolorido pero vivo. Aturdido pero cabal. Sin moverte, pero temporalmente. Sanará, y tus seres queridos, y los pocos que pueden llenar su boca con la palabra amistad, no sufrirán tu perdida, ni llorarán ninguna grave lesión. Y duermes donde y como no esperabas hacerlo. Enhorabuena, has tenido esa suerte. Has permanecido del lado que debías para que todos puedan aún preguntarte, para que otros muchos puedan simular un interés que nunca tuvieron realmente, o al menos nunca muestran.
He tenido siempre la suerte de permanecer del lado que debía. Y van varias. Yo le doy las gracias a Dios, porque de verdad, no sabéis lo delgada que es la línea. Se ve que le caigo bien. Suena a blasfemia, pero le caigo bien. Esa tarde, una vez mas, decidió por mi, y pese a la sangre de su sangre que se derramaba por el asfalto, pese a los rasguños y los golpes y las feas heridas, siempre me lo tomo bien. Quizás es por eso por lo que me perdona tanto la vida. Quizás es porque así de vez en cuando puedo acercarme solo por las urgencias y alegrar un mal rato a gente como la del otro día. O quizás solo sea azar. No lo sé.
Lo único que sé, cada vez que sucede algo así, es que me recuerda las líneas y su delgadez. Y al menos, durante un tiempo, consigo vivir recordándolo cada día. Pronto lo olvidaré, pronto seguiré viviendo como todos. Pronto volveré a pasar épocas absurdas. Lloraré de nuevo algún día, por cosas que realmente no merecen la pena como aquellas por las que lloré. Lo hacemos todos. Pronto, volveré a necesitar, que algún día, el azar decida, y Dios elija en qué lado de la línea ponerme entonces. Pero, hoy, al menos lo recuerdo, y al menos, quiero compartirlo antes de que lo olvide. Seáis amigos, o simplemente, empecéis a preguntaros ahora que pasó, y porqué no os enterasteis. Así, sin rencores, quizás os sea de provecho.
Recordadlo mañana cuando os levantéis. Recordad que por mucho que planeéis, la línea es muy delgada. Recordadlo en el próximo momento bonito que podáis saborear. Ojalá sean muchos, y ojala lo recordéis. Vividlo como si fuera el último parecido. Exprimidlo al máximo. Disfrutad de esas personas que os rodean y que os acompañan en cada día. Hablad, reíd, llorad, sentid. Hacedlo siempre y en todo momento. Recordad hacerlo como si fuera a ser la última vez, porque, quizás lo sea. Recordadlo sobre todo en los malos momentos. Recordadlo cuando os enfadéis, recordadlo cuando discutáis, cuando decidáis iros a la cama en compañía de vuestra angustia. Recordadlo cuando sufráis por amor y por desamor, cuando os encontréis perdidos, cuando os despidan, cuando no sepáis que camino debéis elegir. Recordad que todas y cada una de las decisiones que toméis son fugaces cuando se enfrentan al azar y las líneas del destino. Recordadlo para que os ayude a relativizar los malos momentos, y a disfrutar los buenos, por lo afortunados que sois de poderlos vivir. Otros, no tuvieron esa suerte y tuvieron que cruzar la línea. Recordadlo entre llantos y sonrisas. Recordadlo cuando me veáis, cuando os salude y os pregunte. Recordadlo cuando tengáis delante a aquella persona en quien penséis al leer estas líneas. Su línea y la vuestra son muy delgadas, y quizás sea el último momento para decirle algo que calláis, o simplemente, para disfrutar de su compañía. No os angustiéis, no debéis hacerlo, simplemente, recordadlo siempre, porque aunque penséis que son solo mis delirios, tengo la suerte de seguir de un lado, y le caigo bien a alguien allí arriba. Recordadlo, porque será justo en lo que piense, la próxima vez que os vea y viva algo con cada uno de aquellos en quien pienso mientras escribo. Y esta vez, no pienso olvidarlo de nuevo…
Nota: A veces, muy de vez en cuando, una pegarse una ostia en moto puede ser la mejor de las terapias. Esa es la razón de ser de este texto que escribí en julio de 2009

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Te escribo a ti…
«Stat Rosa Pristina Nomine, Nomina Nuda Tenemus»
El nombre de la rosa. Umberto Eco
Te escribo a ti, al único a quien nunca escribí de entre tantos. Te escribo a ti, el mismo que en su caida sin fin arrastra las palabras de aliento y consuelo, aquel que se lleva por delante lo bueno y lo malo, aquel que no quiere nada porque piensa que quizás nada importe ya. Te escribo a ti, esperanzado de conseguir lo que nadie consigue. Te escribo a ti…¡despierta!
Deja de buscarle nombres, deja de darle vueltas y de buscar cualquier excusa para castigarte. Puedes llamarlo torpeza, puedes nombrarlo como el único acto noble que fuiste capaz de hacer. Puedes decir que fue por ella, o quizás por ti. Puedes llamarlo inmadurez, egoísmo, precipitación, arrepentimiento, lo siento o vuelve por favor. Llámalo como quieras, pero despierta y aprende, que lo nombres como lo nombres, ya no volverá.
Deja de soñar, bórralo de tu cabeza, empieza a verlo como buenos recuerdos en vez de como llantos absurdos. Deja de pensar que debiste actuar de modo distinto. Deja de pedir perdón, deja de llorar y lamentarte. Eres lo que has hecho, eres también lo que harás y lo que no hiciste. Asume y afronta, orgulloso y consecuente con los frutos que recogerás y los que dejaste pudrirse en el camino.
Actúa y vive. No te enamores nunca, no la olvides jamás si no quieres hacerlo. No dejes entrar a nadie en el lugar que solo quisiste reservarle a ella. Quédate solo, y valora la soledad como algo bueno que elegiste, y no como algo que te angustie aún mas. Pero no esperes que vuelva, hagas lo que hagas y digas lo que digas. No pienses que no luchaste lo suficiente, o que no pediste perdón de forma eficiente. No pienses que es culpa tuya, porque desde luego, ya no está en tu mano. No culpes a nadie. No le pidas nada a la vida, ni reces por nada. Vive solo, y solamente vive.
Eres la sombra de lo que fuiste. Recupera quien eras o encuentra a quien quiera que seas ahora. Cierra los ojos y ve con él a muerte. Y no dudes. No pienses, no recuerdes ni mires atrás con ojos melancólicos. Deja de decirle «Te quiero» cada noche antes de acostarte. Deja de llorarle cada vez que le hables. Déjala a ella y buscate a ti. A ella ya le dijiste todo, y lo que no dijiste, quizás mejor así.
Te recuerdo y no te reconozco. Eras orgulloso, sonreías y esperabas todo del mundo y de la vida. ¿Donde estas ahora? Vagabundeas por una vida mísera que solo tu te has creado. Te la has creado tu, y no por lo que hiciste. Por eso ya cumpliste condena con creces. Te la has creado tu con tu actitud. Lo otro solo fue un escalón con el que tropezaste por las razones que fueran. No mataste a nadie, no engañaste a nadie, no hiciste nada imperdonable. La perdiste, sin mas. Por ella o por ti, por las razones que fueran. La perdiste a ella, encuéntrate a ti.
Te escribo a ti, a quien nunca escribí, por primera y quizás por última vez. Te escribo a ti esperando una reacción que frene tu caída. No esperes nada de nadie. No necesitas nada de nadie que no seas tu. Vive. Despierta. Deja de soñar. Detén las pesadillas que te angustian por las noches. Despierta en el mismo momento que empiecen. Vive tu. Déjala vivir a ella, es lo mínimo que puedes concederle ya. Busca tu sonrisa en el cajón, pontela y muéstrala al mundo aunque las penitencias vayan por dentro. Crece y superalas. Entiérralas en el fondo de tu alma atormentada y lucha por ir curándola poco a poco. No anticipes. No idealices. No sueñes ni sufras pensando en qué pasará mañana. Lo que pase, pasará sin mas. Pero para que todo pase, para que todo llegue y todo quede, primero despierta, y buscate a ti, aquel a quien nunca escribí…
Nota: Escribí este texto a finales de febrero de 2009, en una fase oscura que ahora recuerdo con muchísimo cariño. Como particularidad, debo decir, que aunque siempre acostumbro a escribirle a alguien o a algo, este texto es el único en el que me dirijo a mi mismo, o al menos, a alguien que fui una vez.

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Aquí ya no se llora más…
No se llora, porque ya está bien. Porque llorar no soluciona nada, ni es una máquina del tiempo con la que volver un poco atrás. Ya no se puede hacer nada distinto a lo que se ha hecho, ni añade nada nuevo a lo que se ha dicho ya. No se llora porque siempre pensé que ir sonriéndole al mundo, podía arreglarle el día a alguien desconocido en cualquier lugar.
Llorar desahoga, pero no te hará volver, para que te diga que me equivoqué, y que siento haberlo hecho como lo hice. Eso ya lo sabes, ya lo he dicho, ya lo publico al mundo a cada instante.
No se llora, porque no se puede dar el espectáculo en un bar en el que cené contigo después de 4 meses sin verte, por el simple hecho, de que ya no cenabas en frente. No, porque quien te lleva al teatro para distraerte, no se merece que su noche acabe con un galardón al papel de llanto y lamento.
Se acabó, porque las personas a quienes les importas, se preocupan ya demasiado por tí, como para que encima tengan que verte llorar.
No se llora, no es que se oculte lo que se siente, ni que se entierre, ni que se olvide, porque quien no conozca su pasado estará condenado a repetirlo, pero llorar, ya no cambia nada, ni lo cambiará nunca.
Es una lástima, que siempre quisieras verme llorar, y ahora no estés para decir, «anda pues sí, corría sangre por sus venas». Aun así, te equivocarías, porque no es sangre lo que corre; en ellas, vives tu. Ahora entiendo pasajes que antes no entendía, canciones que antes disfrutaba sin llegar a comprender, entiendo por qué caminar sin tí, no es del todo andar.
Pero todo eso, es mio y no tengo por qué expresarlo en forma de lamento, no tengo por qué llorar para sentirlo más. Tampoco tengo que negarlo, para que nadie lo sepa, porque también el que llora soy yo, también hay un Juanjo que llora. Sí, he llorado, y mucho, y aunque pocos lo habéis visto, ha sido un honor compartirlo con vosotros. Pero ya no, ya se acabó. Nadie merece tantas lágrimas, e incluso, salvo la muerte, nada merece un llanto salvo una alegría, nada merece un llanto, a excepción de la vida.
Así que…se acabó, y aunque nunca lo veas, y aunque sepas que lo hice…ya no
Nota: Este texto lo escribí allá por diciembre de 2008. Sus razones han quedado atrás. Escribirlo me sirvió entonces. Espero que si alguien está ahora en una situación similar, le sirva también leerlo.

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En los próximos días…
Reviviré y rescataré. Compartiré aquí con vosotros algunos textos que escribí tiempo atrás. Mientras la vida pasa, o las musas me ayudan a contar nuevas historias, dedicaré este pequeño rinconcito de sentimientos y experiencias que supone mi blog a revivir antiguos textos que quedaron en el olvido. Son parte de mí, aunque anteriores a este rincón. No busquéis motivos a su publicación más allá del hecho de compartirlos con vosotros. A algunos os sonarán todos, o la inmensa mayoría. En caso contrario, que os gusten, y a ser posible, que os sirvan…
A tí, que ahora vuelas…
Podría desgastar una vez más la palabra «camino». Podría azotarla de nuevo en mis textos, intentando exprimir de ella algo más que aún no haya dicho. Podría derivarla y asociarla, conjugar el verbo y usar el adjetivo. Buscar sinónimos y metáforas. Podría incluso usar tu reciente explicación sobre su presencia en la traducción de la sudadera que te regalaron tus compañeros de una de esas milenarias artes marciales. Podría leerla y releerla, pensar sobre ella, e hiciera lo que hiciera, seguirían resonando las palabras de Machado. Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Dicen los que saben, que suele pasar con todo lo que algunos denominan «arte». Que ya está todo hecho, todo expresado, todo representado en cualquiera de sus variadas expresiones. Que varían las formas, las épocas, los estilos, los nombres, los sonidos, los colores, pero que todo aquello que hagamos, ya lo hizo alguien una vez, y lo hizo infinitamente mejor que nosotros. No varían los temas tratados, sino la forma de contarlos, de escribirlos, de contarlos, de pintarlos…
Así que por esta vez, omitiré cualquier desgaste innecesario de la palabra a la que inmortalizó Machado. Y sin embargo, al hacerlo, vuelve a resonar. Supongo quizás, que porque es justo decir, que emprendes uno nuevo, uno tuyo, uno de tantos entre los que ya habrás recorrido.
Has sido una parte de mi vida desde el día en que naciste. Es fácil recordarlo ahora que te vas. Es fácil hacerlo escribiendo desde una casa en la que se valora tanto la familia y los recuerdos. Mire donde mire, hay una foto, un recuerdo, un texto o un regalo, de los que están y de los que hace tiempo que se fueron. En ese ambiente me he criado y desde ese prisma te he contemplado a ti, como uno de mis dos hermanos, y a mis padres, que al emprender sus propios caminos, eligieron conocerse, y con ello, darnos a nosotros tres la oportunidad de emprender nuestros propios senderos. Fue un regalo, se lo debo, y a ti, te lo recuerdo.
Ve ahora a escribir tu propia historia. No mires atrás pero avisa de vez en cuando. Enséñale al mundo tu sonrisa, que otros disfruten tu enorme capacidad para hacer reír. Cuéntales a todos qué has hecho y qué has vivido. Comparte lo que aprendiste, fueran quienes fuesen los que te lo han enseñado. Lee, explora, viaja, llega a sitios a los que jamás iré para que puedas describírmelos cuando vuelvas. Vive y comparte exactamente lo mismo que a nosotros nos has regalado desde que naciste. No tengas pena alguna, absolutamente por nada en esta vida. Solo hay una, y aunque el arte perdure en el tiempo, la vida es única y efímera. Vívela como quieras hasta que tengamos que vivirla como podamos.
Es una sensación extraña. No puedo describirla exactamente. No siento tristeza, y la única que puedo llegar a sentir, es al mirarla desde ese prisma de familia. Si hay algo que echaremos de menos, descontando a quien emprende su sendero, posiblemente sea el hecho de lo fácil que te resulta sacarnos una sonrisa. Eso da vida, refleja justo ese ambiente que contemplo al mirar desde el prisma.
Y ya te digo que es extraño, porque no me provoca las sensaciones que normalmente identificaría con la tristeza. Simplemente es un miedo egoísta a que al mirar la casa con esa perspectiva, haya un enorme vacío a la hora de las sonrisas. Al mismo tiempo, una extrañeza que se resume en el enorme orgullo que siento de haber sido testigo de tu manera de provocar sonrisas desde el día en que naciste. Eres parte de lo que soy, y presupongo, que soy parte de lo que eres.
Por ello, con el poco derecho que me pertenezca, te digo que vayas y lo compartas. Que no mires atrás, pero avises de vez en cuando. No te digo que vuelvas, es de sobra innecesario, nos han educado igual y volverás para darle tu toque al prisma. Que el mundo lo disfrute mientras lo exprimes. Aprende de lo que vivas, y cuéntamelo cuando vuelvas. Aprende y crece tanto, que al volver, te cueste reconocer al chico que mañana se marcha.
Mañana, cuando me despida y me dé la vuelta no lo haré con tristeza ni sensaciones extrañas. Sentiré orgullo al verte volar. Te he visto crecer, sabía que lo harías. Mañana, cuando al llegar te sientes en tu cama, no lo hagas con tristeza ni sensaciones extrañas. Hazlo sereno y tranquilo, hazlo en paz y con orgullo, con toda la ilusión y nada de congoja. Duerme entonces. Y al despertar, da un paso tras otro, escribiendo tu propia historia y compartiendo con otros lo que nos has dado a todos nosotros. No te preocupes y cuídate mucho, no por los que te esperemos, no porque tenga miedo, sino porque será la única manera, de que los que egoístas te aguardamos, podamos esperar que vuelvas. Avisa de vez en cuando, muchos lo esperarán, y algunos, al menos aquí en casa, lo necesitaremos. Vive tu vida y cuéntamela, cuéntame cuando vuelvas qué caminos recorriste, cuéntame qué fue lo que viste para que pueda imaginar, aquello que no consiga contemplar, para que respire con orgullo, y suspire al conocer, que la misma parte de nosotros, que ahora se va contigo, estuvo justo allí, dónde solo tu llegaste…

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Los fantasmas de mirada muerta…
Supongo que cuando Charles Dickens escribió «A Christmas Carol», la inspiración no le vino en un lugar tan común, y a la vez tan especial, como la barra de un bar. Casi dos siglos después, sin embargo, sentado en aquella barra de bar, y al abrirse la puerta, comenzaron a desfilar, uno tras otro y sin descanso, varios de mis fantasmas de navidades pasadas.
Las manecillas del tiempo habían seguido su curso año tras año, y mientras veía entrar a aquellos hombres que conocí siendo niños, no pude sino pensar, en que el tiempo no se detiene, y a todos nos trata de forma desigual.
No lo recuerdo, pero supongo que, cuando éramos aquellos niños que se conocieron hace años, todos soñábamos con otro tipo de vida distinta a la que llevamos. Siempre lo he dicho, quizás pudiera ser distinta sí, pero desde luego, es esta la mía, es esta en la que soy inmensamente feliz, supongo quizás, porque siempre fue la que yo elegí.
Pero de forma desigual nos trata a todos el paso de los años, de forma desigual corren las manecillas del tiempo para cada uno de nosotros. Y mientras escuchaba las historias de aquellos fantasmas de navidades pasadas, entre sorbos de cerveza, me llamaba poderosamente la atención que en sus miradas, no existía satisfacción al recordar el recorrido de las agujas, en el reloj de sus vidas. Estaban bien, habían crecido, cambiado, vivido, reído y llorado, pero ahora, estaban conformes, sin más.
Conformes con sus vidas, rendidos y habiéndolas aceptado. No llenos, ni plenos, ni satisfechos de la que llevaban, sino acomodados, sin ganas ni fuerzas. Por eso eran fantasmas, porque ya estaban muertos. Miradas vacías, sin orgullo. «Esta es la vida que llevo, porque es la que me ha tocado en suerte». Podría aceptarlo si viniera de alguien que ha sacado a duras penas a su familia adelante y hace un balance de todo lo sufrido. Pero es inaceptable viniendo de quienes no han llegado siquiera a la treintena.
Cuando la cerveza se acabó, y los fantasmas se perdieron por entre el bullicio, llevándose lejos sus muertas miradas, su manera de contar las cosas, más que sus palabras, no paraban de resonar en mi cabeza. «Que pena», pensé, y seguí pensando durante días en cuán diferentes corrían para cada uno las manecillas de la vida.
Y pensando, recordé una escena del comienzo de «El Club de los Poetas Muertos», aquella película en la que el profesor John Keating les enseña a sus alumnos casi todo de la vida, y casi nada de la literatura que debía enseñarles. Situándolos delante de unas vitrinas en la que reposa el polvo de los recuerdos, les enseña a sus alumnos a algunos fantasmas del pasado del colegio en el que ahora estudian. Es la famosa escena del Carpe Diem. «…Repletos de hormonas igual que ustedes. Invencibles, como ustedes se sienten. Todo les va viento en popa. Se creen destinados a grandes cosas como muchos de ustedes. ¿Creen que quizá esperaron hasta que ya fue tarde para hacer de su vida un mínimo de lo que eran capaces?».
Y así, el profesor Keating les anuncia la locución latina, entre susurros con voz de ultratumba. «…aprovechad el momento chicos, haced que vuestra vida sea extraordinaria»
Algunos, haciendo uso de vuestro exceso de realismo, os disfrazaréis del señor Scrooge en el relato de Dickens y diréis «¡Bah, paparruchas!». Puede que para entonces, ya os hayáis convertido en alguno de mis fantasmas del pasado. Puede que para entonces ya se hayan muerto los sueños de vuestras miradas, que aquellos sueños de la infancia se hayan cubierto del polvo de los recuerdos. Puede que seáis fantasmas aún estando vivos, viviendo una vida que no elegisteis y que de ningún modo queréis. Conformes, rendidos. Meros trozos de carne que contemplan el discurrir del tiempo sin hacer nada al respecto.
Os lo he gritado en cada uno de los textos que he adornado con el exceso de mis fantasías. Cuando no queda más remedio, podéis aceptar y justificarme lo que queráis. Pero sólo cuando no queda más remedio debe uno rendirse. ¿Para qué iba alguien a elegir la rendición si de todas maneras morirá? «…porque seremos pasto de los gusanos…» dice Keating en la escena. ¿Por qué elegiría alguien convertirse en un fantasma vivo pero de mirada muerta, pudiendo al menos rebelarse antes de que finalmente su reloj se detenga?. Sólo aquellos de quién depende alguna vida tienen derecho a justificar esa rendición. El resto es cobardía, exceso de realismo, en una vida demasiado corta como para no llenarla de sueños.
Y pensando, recordé de nuevo una película adecuada a estos tiempos que corren. «…Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo ¿Vale?. Si Tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tu tampoco puedes. Si quieres algo, ve por ello, y punto»
Supongo que estas dos escenas resumen exactamente la diferencia entre las muertas miradas de aquellos fantasmas, y la mía mientras escuchaba sus historias. Las manecillas del tiempo corren a una velocidad vertiginosa, y los que ayer eran niños, hoy se han convertido en fantasmas. Nadie puede detenerlas ni luchar para que así sea. La diferencia estriba siempre, en lo que eliges hacer mientras ellas siguen su curso. La diferencia entre una vida común y una vida diferente no reside tanto en lo que se sueña o se consigue, sino en las elecciones que tomamos, en el convencimiento firme de que son las que queremos, en la ilusión de averiguar a dónde nos llevarán independientemente del resultado. La diferencia, como siempre, está entre los que eligen rendirse y morir, alcanzando el final que a todos nos espera independientemente de lo que hagamos, o en elegir para que merezca la pena mientras nuestro tiempo se detiene. Y lo hará, más temprano que tarde, pero no tengo ninguna intención de esperar sentado y rendido a que mis manecillas se detengan…

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Mujeriego y calavera…
En su segunda acepción, mujeriego es un adjetivo, que dicho de un hombre significa, dado a mujeres. En su primera acepción, al menos en ella, aún no me hace referencia a mí. Si nos dejamos llevar por la curiosidad, y buceamos en el término, mujeriego es sinónimo de faldero, de ligón, de tenorio, de donjuán, de libertino, de seductor, e incluso, si buceásemos algo más, también de mi favorita…calavera, que en su quinta y su sexta acepción, habla de un hombre de poco juicio y asiento, un hombre dado al libertinaje.
Mujeriego, se añade, a la larga lista de adjetivos que últimamente he oído sobre mí, directa, o indirectamente, asignados, de forma acertada o no, tanto en lo lingüístico, como en lo justo de su asignación. Eres un golfo, un prenda, un sinvergüenza, y una vez más, mi favorita, un vividor, que si bien la usan en su cuarta acepción, en la primera, es la más ajustada, un adjetivo sobre alguien, que vive.
Es hora pues, de saldar cuentas pendientes, de ajusticiar a quienes se equivocan, de dedicarles unas líneas, y dejar que el eterno olvido se los lleve para siempre. Que la vida son dos días, y como buen vividor, y buen mujeriego, tengo demasiadas cosas que hacer, tengo que vivir, buscar senderos en los que perderme con mi bolígrafo y un papel, en el que apuntar vivencias para los cuentos que acostumbro a contar, entre cervezas y cortejos.
He sido, y posiblemente seré, una persona feliz en resumidas cuentas. Se me nota. No paro de reír. Charlatán y cuentacuentos. He elegido en cada momento lo que quería hacer. He sido afortunado de poder hacerlo, y pienso seguir haciéndolo mientras se me permita y no le importe a nadie. Unas decisiones, fueron más acertadas que otras, pero como alguna vez he dicho, siempre que miro atrás, veo mis decisiones, las mías, las que tomé yo, y nadie se permitió el lujo de elegir por mí.
Soy feliz entre mujeres, son divertidas, interesantes, sexualmente atractivas, unas veces simples muescas en mi revólver, y otras muchas, parte de mis historias que se renuevan de forma continua y a veces a velocidades vertiginosas. Soy feliz entre cervezas, en barras de bar, sentándome a escribir, paseando, e incluso haciendo fotografías, que cuentan mis historias sin necesidad de escribirlas. Tengo además, facilidad para olvidar los palos, un orgullo a prueba de tempestades, y la personalidad suficiente para mandar a la mierda y al olvido a quien a pulso se lo gana.
Al mismo tiempo, noble y leal con quien va de frente y sin miedos, bien lo saben los que me conocen, buenos aunque contados testigos de mis historias más o menos honorables, pero siempre, al fin y al cabo, completamente mías e intensamente saboreadas. Soy feliz contándoselas a ellos, y a los que llegan y me apetece que las escuchen. Las retoco siempre, por supuesto, como buen cuentacuentos, como buen vividor, como buen mujeriego y seductor. Las adorno y las ensalzo, porque si bien son incontables e innumerables las muescas de mi revólver, tantas, que a veces pierdo la cuenta, todas y cada una de ellas son únicas, son mías, las viví con quien me lo permitió. Todas ellas, son muescas, todas ellas son mis mujeres, todas son únicas, y aunque algunas fueran mandadas a los fangos del olvido, tendrán siempre un lugar en mi memoria. Su muesca es única, una más de entre todas sí, pero única al fin y al cabo.
Una vez le prometí a alguien, aunque nunca me creyese, que pasaría mucho tiempo antes de que me entregase de nuevo, rendido, humilde y arrodillado al amor sincero. Esa es precisamente la sexta acepción de prenda, persona a la que se ama intensamente, y aún no ha llegado, si lo ha hecho no la he visto, y si está puede que aún no se le espere. Mientras tanto, no miento a nadie. Mientras llega, aparece, me humilla y provoca que me entregue con las manos por delante, me limito a ser un vividor, alguien que vive, alguien que sueña, alguien que lo cuenta mientras lo hace, alguien que anota muescas y apunta historias para retocarlas y redactarlas. Alguien que besa siempre como si fuera la última vez, podría ser que lo fuera, de hecho. Alguien que desnuda con ganas, y también con lascivia. Alguien que anota muescas en su revólver una vez tras otra. Una más, una de tantas, todas únicas, todas «simples» muescas, simples historias que viví, que pasaron, y que llegan. Todas diferentes, y al mismo tiempo, todas especiales. Todas únicas, todas mías. Mis recuerdos, mis cuentos, mis historias, mis desnudos y mis cervezas. Mis fotos de sábanas revueltas y aún calientes. Mis textos, besos, mis caricias. A veces las confundo al perder la cuenta, pero si me esfuerzo un poco, las reconozco a todas. A las especiales y a las de una noche. A las conocidas y desconocidas. A las que aportaron algo, o no dejaron nada más que una muesca en mi revólver. Todas con nombres y rodeadas de historias. Todas iguales, todas diferentes, todas especiales.
Y así vivo. Así sonrío y así soy feliz. Esperando a la siguiente mientras cuento y recuerdo a las anteriores. Rodeado de mujeres, mujeriego al fin y al cabo. Y aunque así sea feliz, a veces extraño aquella sensación de humilde arrodillado, tembloroso y entregado, a quien quise y demostró merecérselo. Y mujeriego soy, mientras pasa el tiempo y lo permite el cuerpo. También vividor y por supuesto calavera. Así soy, mientras no involucre a nadie que no lo sepa, esperando la siguiente muesca para besarla como si fuera la última, como si en adelante, fuera a ser la última. Puedes ser tú, puede ser la siguiente, o besaré a doscientas más antes de que nazca y me la encuentre. ¿Quién sabe? Yo solo sé que mientras tanto, me divierto viviendo. Yo solo sé que no estoy dispuesto a entregarme a la primera, que jamás me entregaré a cualquiera, que jamás diré frases tan tristes como aquella que a veces escucho «me conoces, no sé estar sola». Y yo os respeto, yo tampoco estoy solo, estoy rodeado de muescas y mujeres, viviendo cada día, paseando acompañado cuando puedo, y garantizando a la que llega, que haga lo que haga y pase lo que pase, jamás lo olvidará. Y creo que eso, nadie tendrá la poca vergüenza de negarmelo, porque aunque para mi sean muescas, todas son inolvidables.
Mujeriego, golfo, prenda, vividor, calavera, sinvergüenza, donjuán, libertino, tenorio, ligón, faldero y seductor. Ojalá añada muchas más a esta lista. Será sinónimo, de que mientras me convierto en el conjunto de huesos despojados de la carne y la piel de la primera acepción, seguiré siendo el calavera de la quinta y la sexta. El libertino, de poco juicio y asiento, e increíble vividor. Honesto, noble y sincero. No todos pueden decir lo mismo. No todos pueden garantizar hacerlo diferente y especial cada vez. No todos pueden invitar a un camino lleno de cuentos e historias, ni exigiré que todas estén dispuestas a caminar. Pero esto es lo que espera. Los adjetivos son demasiado simples…demasiado pobres…demasiado injustos aunque a veces sea el más mujeriego y vividor. Aquí espero a la siguiente muesca. La besaré como si fuera la última vez, pero que tenga claro y asuma, que hacerlo, lo haré. Puede que sea la última, y no pienso correr el riesgo de que lo fuera y perdérmelo…o que se convierta en la única a la que querré besar el resto de mis días…

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Un trozo, de tela negra…
¿Qué pasa cuando una madre emplea su domingo, en rebuscar entre los cajones donde guardas tus recuerdos? ¿Qué pasa si tesoro tras tesoro vas sacando billetes para viajar en el tiempo? ¿Qué pasa si entre todos rescata un pequeño trozo de tela, rescatado de lo más profundo?
Pasa lo de siempre. Lo que a todos seguramente. Pones cara de circunstancias mientras dejas que ella tome una decisión, que tú no puedes tomar, no porque duela ya hacerlo, sino porque en aquel rincón de los recuerdos, ya no hace daño a nadie. Pasa que rescatas y revives, que recuerdas, tú también. Pasa que sonríes, aunque alguna vez doliera. Aquella extraña sensación de recuperar sensaciones, en cualquier lugar y sin ningún motivo. Hueles, oyes, ves, tocas y saboreas, algo olvidado, algo que hace tiempo ya no está.
Y durante ese pequeño instante, en que alguien muestra el pasado en forma de un trozo de tela negra que para ti es un mundo de significados y sensaciones, te avergüenza que algunos lo relativicen, bautizándolo fríamente, “ropa interior”
¿Ropa interior? Trofeo de guerra más bien, que la guerra y el amor mueven el mundo, y en aquel trozo de tela se concentra todo lo que me movió algún día, mucho de lo que me enorgullece, mucho de lo que me entristeció, y gran parte de lo que soy ahora y posiblemente, seré.
Y en ese pequeño instante, pierdo fácilmente la cuenta, de cuantas veces te desnudé de ese pequeño trozo de tela. Tan fácilmente la pierdo, como imposible me resulta contar, las veces que te habría vuelto vestir, para desnudarte sin descanso.
Y me veo allí, rebuscando un trozo de tela en una habitación a oscuras, entre sábanas revueltas y aún calientes. Entre caricias y susurros, entre sonrisas cómplices y ojos que se entrecerraban, de cerca, de frente, por el simple placer de verte quedarte dormida. Solo había que elegir el cuento para poder ver como te entregabas a Morfeo, después de haber sido mía. Y mientras, mis dedos se perdían entre tu piel y un pequeño trozo de tela negra, jugueteando con ella sin apenas tocarte. Tan solo bastaba con rozarte. Que supieras que estaba. Que te quedases cerca para poder decirte de vez en cuando “estoy aquí, sigue durmiendo”.
¿Te acuerdas? Yo sí. Y aunque mi madre viniera con un trozo de tela, con él, venían un montón de recuerdos. De domingos, de días largos y noches eternas. De charlar para alargarlas, de lo que fuera, con tal de que no se acabaran. De mañanas sin prisas y despertares pausados, aunque a veces tuviera que decir “Tengo prisa, me voy”. Y entonces pasaba el día pensando en volver, darte un abrazo y secuestrarte de nuevo hasta tus sábanas. Que hiciera frío para poder calentarlas. Que helase para poder perder mis piernas entre las tuyas. Que lloviera de forma torrencial para no salir jamás. Que se acabase el mundo, qué más daba ya. Despertarme al olerte y dormir al escucharte.
Me acuerdo de calles vacías y largos paseos, sin rumbo o de vuelta. Magnifico los recuerdos y me encanta hacerlo. Apareces y me enorgullezco. Por un instante sonrío, enorme y orgulloso. Por un instante, recuerdo, tranquilo y en paz. Una vez exististe, estás en ese tesoro en forma de trozo de tela negra. No te soñé. Pude contemplarte y disfrutarte.
Y retumba de nuevo. “¿Qué quieres que haga con esto?”. Pongo cara de circunstancias, porque no puedes contestar. ¿Cómo dar la orden de deshacerse de algo que ya no duele y aún te saca una sonrisa?
Haz lo que quieras, aunque nunca llego a convertirlo en palabras. Se queda en pensamientos. Haz lo que quieras mamá, pero déjame recordar. Te huelo, y vuelvo a tocarte por un instante. Un trozo de tela negra, el último de los muros que protegían la desnudez más bonita del mundo. Un trozo de tela negra que alberga bellos recuerdos. Aquella mañana, a las cuatro de la tarde y recién despertados, me robaste tú, y yo me fui con mi trofeo. Cogí un autobús y volví a casa. Lo guardé en un cajón y de vez en cuando aparecía.
No puedo dar esa orden, pero conozco a mi madre, y posiblemente, aún sin darla, nunca vuelva a verlo al rebuscar entre mis cajones. No importa, sigo con mi sonrisa y mis recuerdos. Ya no lo necesito si al recordar puedo sonreír tanto.
¿Te acuerdas? Yo sí. Orgulloso y grande al hacerlo. Sin pena ni rencores aunque ya no estés ni vuelvas a hacerlo. Muchos pensarán al leerlo, algunos preguntarán. Que no busquen, no encontrarán. No queda nada y al mismo tiempo, queda todo. Tan sólo queda lo vivido, tan sólo el enorme orgullo de haberlo hecho y de compartirlo contigo. Solamente queda esa sonrisa enorme y sincera al recordar. Esas sábanas revueltas en la memoria una vez más. Esas palabras antes de dormir, y las primeras al despertar. Ese olor. Esos ojos. Esas conversaciones sin final con la única excusa de saborear un rato más el día. Queda un trozo de tela negra. Quedan los recuerdos, lo viví, orgulloso de haberlo hecho, con estas manos que escriben envidiando a aquellas que otrora acariciaron. ¿Te acuerdas? Yo sí, y mientras sonreía y escribía, aún te siento de memoria, mientras agradezco a mi madre, trastear en el cajón de los recuerdos…

Un trozo, de tela negra… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Que se enorgullezca…
Te lo advertí, y espero que no me tengas en cuenta cumplirlo.
Es curioso como el ser humano puede afrontar la muerte de tantas formas distintas. Mientras unos lloran, otros callan al tiempo que se desploman por dentro. Unos nunca olvidan, y otros, no vuelven a aprender a vivir. Siempre depende de cada uno, de cada muerte y de cada circunstancia. No hay más cariño en el que llora, ni más frialdad en el que se mantiene entero. No hay en ello bondad o maldad. No hay, en la muerte, adjetivos ni máquinas del tiempo, tan sólo formas distintas de afrontar algo, que nunca deja a nadie indiferente. Por lazos de sangre o amistad. Por compasión o empatía. Por recuerdo o agradecimiento. Por simple necesidad de estar; por lo que sea, nunca queda nadie indiferente.
En ello pensaba ayer mientras escrutaba entre tantas caras desconocidas y observaba cuan diferentes eran ahora las conocidas. En ello pensaba ayer, mientras no paraban de llegarme recuerdos de aquel día tan extraño y soleado, precioso en la memoria, en el que se me fue un abuelo que era un padre para tantos, que aún contándolos a todos, me hubiera quedado corto.
Fue un día en el que lloré y reí sin medida y sin descanso, y así fue mi manera de afrontar ese momento que a todos nos resulta tan distinto y similar.
Y digo que reí, porque curiosamente, lo poco que nos queda a todos cuando nos visita de cerca la muerte, es precisamente la vida, y de ésta, siempre fue la risa su mayor expresión.
¿Y por qué sonreía entonces, si tan solo tenía ganas de llorar? Dicen que así, el ser humano se protege. Que es algo inconsciente. Que no es humano, sino animal, instintivo y natural. Que relativiza y cicatriza. Que evita mayor daño emocional. Que descarga tensiones y libera emociones.
Por supuesto nada es tan sencillo. Ni la risa alivia nada, ni es fría, ni al mismo tiempo tan normal o natural. Pero a veces pasa, y aquel día, no me castigué demasiado por ello. La procesión iba por dentro, aunque no parase de reír.
Y tras pensar, y dejar que todo terminase, nos fuimos a descansar, aquel día como ayer, solo que ésta vez, no me tocaba de cerca, y posiblemente fueras tu quien soportaba la procesión.
Pasaron las horas y volvimos a Legazpi, dentro de esa gran ciudad que me producía tanto desasosiego antes, como acogida me brindó esta vez. Quizás sea a eso a lo que se refiere tu querido Reverte cuando habla de Madrid.
Y allá fuimos, como antes. Con charla y tiempo por delante. Con vino y con sonrisas. De Legazpi a Sol, de allí a la Plaza Mayor, al bullicio de la tarde de una noche en blanco inesperada, y en absoluto deseada. Y vimos el fútbol, y sólo ahí, afloró un poco la procesión que llevabas por dentro, y que no te salía, o no dejabas salir. Y no lo comenté, y lo dejé pasar, pidamos de comer, veamos el Madrid, y no hurguemos en la herida, que demasiado fresca está.
Fue en el único rato que hablamos de eso. ¿Para qué serviría hablar, si no puede cambiar nada? ¿Para qué hablar, si como dije al principio, no existen máquinas del tiempo? Dejémoslo estar y sigamos riendo. Que al menos momentáneamente olvides, aunque nunca lo hagas por mucho que vivas.
Y nos perdimos por Gran Vía, contando chistes y alucinando a cada paso. Y pasamos del vino y las cervezas, y nos ahogamos en cubatas. Como siempre. Como debe ser.
Al despedirte, como al recibirte, un abrazo sincero. Cuídate mucho. Un consejo aquí, un consejo allá. Sincero pero formal. Lo que siempre se dice en estos casos. Nos ceñimos al guión, así no metemos la pata, así no hacemos daño innecesario. Total, basta con estar, se esté donde se esté. Basta con una llamada o un abrazo. Basta con no olvidar.
Y en no olvidar, en dejarlo estar, y seguir riendo, están las únicas tres claves sinceras y formales que puedo darte. Duele, no puede ser de otro modo, y por más que duela, no volverá. Puede que sea un carrusel de emociones. Puede que de repente aparezca, y cuando mires detrás, todo haya sido una mala jugada del subconsciente, ese maldito hijo de puta, que aparece cuando no debe.
Dejarlo estar para no abrirnos las heridas hasta que cicatricen. Que lo hagan bien, que se queden presentes, que puedas contarlas y hablar de ellas, que puedas mirarlas y recordar.
Seguir riendo. Para vivir, para hacer vivir a los demás si sus procesiones les resultan más duras. Seguir riendo para que merezca la pena. Reír para vivir y viceversa. Reírte por todo y en cada momento, para que si puede verte, sea eso lo que disfrute desde donde esté. Que os vea felices, que se enorgullezca de haberos traído al mundo. Reír de nuevo, más que nunca, al recordar.
No olvidar es la tercera y la más importante de las claves. Sois lo más grande de su vida, lo mejor que ha hecho, sin duda. No olvidéis. Siempre presente, en cada instante y cada cosa que hagáis. De nuevo por si lo ve, de nuevo porque se enorgullezca de lo que sois. No olvidar para que viva mientras mantengáis vivo su recuerdo. Recordar y no olvidar, llorando de orgullo al hacerlo, y nunca de pena. Ninguna de las dos opciones cambiarán nada, pero sus matices son distintos. Enorgulleceos de poder vivir. Enorgulleceos de que os lo permitiera. Enorgulleceos y no olvidéis. Recordadlo siempre. Hablad de ella. Recordadla. Recordad el tiempo que os ha regalado, y haced que merezca la pena. Que cada año que ella no tendrá, sea pleno y sin desperdicio. Que vivir merezca la pena, por ella y para ella. Por si lo ve. Por si aún está, y donde quiera que esté.
Esa es vuestra responsabilidad ahora. No olvidar y seguir riendo. La mayor expresión de vida. Esa y que no se arrepienta. Que viváis la vida que soñó para vosotros mientras crecíais. Que esté donde esté, hable de vosotros con orgullo. “Esos son mis hijos, contemplad como viven”.
Y al perderte en Legazpi, al darte un abrazo y formales consejos. Me encendí un cigarro y me perdí. Busqué un antro, de esos de los que buscaría un legionario, lleno de mestizaje y alcohol. Pedí una cerveza, y brindé con la soledad de la barra. Así podía irme con un recuerdo distinto de esa ciudad. Y mientras brindaba conmigo mismo en mi apartado y solitario rincón del antro, pensé que habías dado el mejor de los comienzos.
Habías seguido viviendo. Puede que en breve recaigas. Puede que en breve veas desmoronarse cimientos, que no esperabas que lo hicieran. Pero ayer viviste. Ayer lo hiciste. Ayer hiciste honor a un epitafio que leí una vez: “Que mis herederos rieguen en vino mis cenizas”.
Lo hiciste. Se llamaba “Volver”. Un tinto castellano manchego. Es un buen epitafio, y un buen nombre de vino. Volveremos, con otra excusa y en otras circunstancias, sin caras cansadas ni conversaciones tabúes. Sin procesiones por dentro ni consejos formales. Por el placer de volver, por el placer de reír y conversar, por el placer de vivir, y de enorgullecernos de ello. Por el placer de brindar y que la recuerdes, con una sonrisa; por el placer de sentarnos, dejar el tiempo pasar, saborear un buen vino y esperar que nos llegue a todos, y que vuelvas a verla. Mientras tanto, que se enorgullezca, haced que le merezca la pena haber vivido…

Que se enorgullezca… by Juan José García Gómez is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Arrasando escudos…
Como muchas casas, todos tenemos una puerta y un trastero. Y ambos, los abrimos única y exclusivamente a quien creemos que merece la pena invitar a pasar. Unos cierran mejor las puertas de sus trastos, sus recuerdos o sus secretos más inconfesables, y otros tenemos la virtud o el infinito error, de abrirnos a menudo de par en par.
Sin cerraduras ni llaves, sin muros ni escudos, sin defensas que protejan y sin miedo a lo que hagan con cada una de nuestras confesiones.
Aprendí a contar cuentos hace mucho. A veces he sido un sinvergüenza explotando esa habilidad, ese continuo embauco con la palabra y aunque a veces se repitan y alguno os suene, siempre los cuento porque quiero hacerlo y porque me apetece. No hay trampa ni cartón, se cuentan y contados quedan. Los voy renovando continuamente, añadiendo y quitando partes, remozando fragmentos y alimentándolos de historias curiosas obtenidas de aquí y allá, y vividas en cualquier momento y lugar.
Uno de los que más me gusta es precisamente aquel que habla de esas puertas entreabiertas, cerradas a cal y canto, o incluso abiertas de par en par. Uno de los que más me gusta es justo ese que nunca os he contado aquí, el que habla de escudos y resquicios, el que habla de miedos e ilusiones, el que tiene como protagonistas a los recovecos de cada una de nuestras vidas, donde amontonamos aquello que no queremos que nadie use en nuestra contra.
Es curioso el ser humano y su falsa creencia de autoprotección, cuando tras años de sucesivos fracasos, decide ponerle puertas al campo, y llenar dichas puertas de escudos. Piensan, supongo, que así quien vaya llegando dispuesto a llamar a cada una de las puertas lo tendrá difícil para conocer secretos y hacer daño usándolos.
Nunca me gustó esa manera de actuar. La respeto y la tolero, y cuando me la encuentro, escudriño con inusitado interés todo lo que tengan que contarme los dueños de esos escudos. Así, puedo ir adivinando el motivo de su existencia. Así, puedo divertirme cuando me apetece intentar arrasarlos y verlos debilitarse. Pero no me gusta decía, porque es contraria a mi manera de ver las cosas. La respeto y la tolero como deben respetarse las cosas contrapuestas, pero…nunca le veo sentido, y no me recuerdo construyendo empalizadas y defensas, alrededor de mi vida. Es contraria al resto de mis cuentos, esos que hablan de vida y cervezas, los que hablan de historias y apariciones, los que hablan de gentes inesperadas, los que hablan de sonrisas fugaces y miradas que se encuentran sin decir nada aún diciéndolo todo. Y supongo que por eso, no me gusta esa forma de actuar, poniendo límites y levantando escudos.
Normalmente, al contrario, suelo abrir de par en par las puertas de mi casa y mis trasteros. Que entre la corriente, que arrase el levante y rolen los vientos por cada uno de mis pasillos. Las dejo abiertas para que se aireen. Las dejo abiertas para que todos entren sin llamar, curioseen y conozcan. Que el viento quite el polvo de los recuerdos. Que vuelen mis malas pulgas y se queden los brillos de la memoria. Es mi manera de actuar, una y otra vez, en ese papel de eterno secundario, eterno canalla cervecero y eterno sinvergüenza cuentacuentos. Ese papel que me resulta cómodo, el de vivir e ir contando lo que vivo, lo que aprendo y lo que tropiezo tras cada puerta que abro y con cada una de las heridas que me produce el abrir tan de par las puertas de mi alma, a todos, sin excepción, sin que muchos siquiera lo merezcan, esperando ver qué traen y qué tienen que aportar.
Hace poco me encontré de nuevo esos escudos, y aunque cualquier parecido con la realidad, sea mera coincidencia, me recordó que debía contaros este cuento. Porque muchos los tenéis, porque muchos limitáis, porque muchos os llenáis de escudos antes siquiera de que os llamen a la puerta. Lo respeto y lo tolero, pero no me gusta os dije, y como tal, os lo cuento.
A veces, al abrir puertas de par en par os llevareis desengaños, a mi me pasa a menudo, aunque tras tantos ya ni duela uno más o uno menos. Pero haciéndolo, no habrá posibilidad de que se vicie el aire de vuestros pasillos. No habrá posibilidad de que en ellos se enquisten los recuerdos que hacen daño y motivan vuestros escudos.
Por el contrario, cerrando a cal y canto cada una de vuestras puertas y tapando las rendijas con robustos escudos, quizás nadie vuelva a haceros daño, pero…¿quién podrá entonces aprovechar la corriente para limpiar recuerdos y compartir los nuevos?
Yo solo digo que estaré aquí, con mi lápiz y un papel, con mi lanza y mis cervezas, estudiando maneras de arrasar empalizadas y resquebrajar escudos. Por más fuertes que sean, jamás os protegerán lo suficiente. Alguien llegará y los dejará reducidos a polvo. ¿Pero que precio valdrá cada una de las historias que podríais vivir si no tuvierais tantos escudos, si no pusierais tantos límites, si no cerrarais tantas puertas?
Yo ante ellos, ganando o perdiendo, más lo segundo que lo primero, siempre hago lo mismo. Escojo un buen rincón, con una cerveza fría y mi arsenal de cuentos. Con un lápiz y un papel en una mano en el que tomar notas que luego incorporo a mis cuentos. Y con la otra mano totalmente libre. Es la mano que tiendo, la misma que deja abiertas las puertas de mi alma, la misma que suelo tender cuando empiezo a caminar, la misma que ofrezco siempre, la misma que a veces se llena de cicatrices pero que siempre está dispuesta a que la ofrezca. Me pongo una sonrisa de oreja a oreja, mi cara de canalla y vividor, y cuento mi manera de ver las cosas dejando que la corriente pase y traiga lo que tenga que traer y arrase aquello que tenga que arrasar.
Dos formas opuestas de hacer las cosas con sus ventajas y errores, aunque posiblemente, con mas heridas y cicatrices, pero también más divertida al ser contada y recordada. Poned escudos, los más fuertes que encontréis, pero cuando digo que me apetece, es porque me apetece, y si intento arrasarlos, lo único que podréis hacer será cerrarme la puerta en las narices, y yo me iré con mi sonrisa y mis cuentos a otro lado. No os perderéis gran cosa, no era yo el viento que debía arrasar con vuestros rincones llenos de recuerdos. Seguiré viviendo historias y contándolas entre cervezas, y aunque esta vez, en esta historia, cualquier parecido con la realidad sea mera coincidencia…limpia el metal de tus escudos, refuérzalos, y prepárate a repeler las embestidas, porque tengo mi sonrisa a punto, y voy a disfrutar viendo cómo se resquebrajan. Huye ahora y desaparece, estás a tiempo. Pero como vea una sola rendija, como escudriñe un único atisbo de duda, entraré hasta el desván de tus silencios y susurraré: “¿Lo ves? No pudiste hacer nada, y me encantó que no lo hicieras…”

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